miércoles, 16 de noviembre de 2011

MI CASITA DE PAPEL





Ayer murió también el señor de la Orquesta Topolino, sólo tenía diez años más que él, no lo sabía. Leer esa noticia en el periódico hizo que se me empañaran los ojos durante la milésima de rigor y que me acordara de cómo mi padre me levantó por encima de la gente para que viese al señor que cantaba "lo de la casita" -la casita de papel- con su pajarita y su chaqueta tan roja; me vi a mí misma volando durante un segundo y luego cómo este recuerdo siempre me ha parecido como ajeno, como de otro tiempo y otra vida, por la canción, el vestido y los zapatitos brillantes que me habría puesto mi madre, una especie de recuerdo disfrazado, ambientado en los años cincuenta.

He buscado fotos, aún estoy decidiéndome entre una con mi hermana en la playa, en 1978 y otra de una procesión en el pueblo en 1998, con el que sería su último aspecto, por así decirlo; no sé si las pondré a las dos, una al principio y otra al final; fotos conmigo no hay que yo considere significativas, no le gustaban las fotos. Y otra vez vuelvo a pensar más que nunca en lo de las cometas, es como una película de esas de Erice con niñas tristes, fotograma a fotograma en mi mente, como para colgar en el tablero aquel del cine, no sé ahora si se llamaban afiches.

Ahora ni mi anterior post sobre el tema ni aquel artículo que escribí para la revista mezclando este recuerdo en particular con mi no-memoria del asesinato de Lennon me parecen bien, prefiero las imágenes que hay en mi mente: mi padre haciéndonos las cometas en el salón, mientras nosotras le miramos atentamente, apenas asomo por encima de la mesa, mi hermana no llega, cañas del jardín, papel de seda, rosa fucsia y azul eléctrico, luz amarilla; si tuviese una productora de cine, su símbolo serían dos cometas, cada una de un color, una más grande y otra más pequeña, lo pienso tantas veces.

Luego, vamos al descampado que hay enfrente de la iglesia, al otro lado de la carretera, hace muchísimo viento, el cielo es casi negro y amenaza lluvia, nuestras cometas vuelan un poco y luego caen; se han agujereado, volvemos despeinados a casa. Ese día es como la primera decepción, las cometas no llegan aunque las haga papá, pero es un recuerdo tan bello, tan perfecto, de cuando hacía cosas para nosotras, nos traía lápices de colores para que dibujásemos o nos llevaba en su moto. Ojalá hubiese fotos hechas por un guiri, o algo así de hortera e imposible, las enmarcaría, las pondría en mi salón, si es que un día tengo uno.

Hoy es la primera vez que ya no cumple años, hubieran sido setenta. Le hacía ilusión llegar a ellos, no ha podido ser.

He querido preguntarle muchas cosas estos casi nueve meses en los que he pensado en él todos los días, me lo llevo a todos lados, forma parte de mi habitual pensamiento poliédrico, siempre pensando en todo y en nada, siempre discurriendo. No sé qué esperaba hoy. No he llorado mucho, no me he pedido un día de asuntos propios porque lo estuviera pasando muy mal, simplemente he sentido la misma tristeza de otros días, no sé si eso basta. Ni siquiera el día de Todos los Santos, que pensé que todos los días lo eran para mí, y que no sentí que estuviese allí, no pasó nada extraordinario, no monté un drama ni me desmayé al entrar.

Quizá es eso, que no queda nada, excepto tú mismo y todo lo que puedas recordar.





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