domingo, 26 de diciembre de 2010

XISCASHOW LAMENTABLE EN MEDIO DE LA NADA




Una vez una de mis tías solteras, quizá la más irritante de ellas, me regaló una versión censurada de “Mujercitas” en la que Beth no moría; de aquella novela, hubo tres momentos que siempre recuerdo al pensar en ella: cuando a Meg le queman el pelo con las tenacillas al rizárselo para ir a un baile, cuando se llevan a Amy del colegio porque han sido injustos con ella y cuando Jo tiene la conversación con su madre sobre cómo suavizar su mal carácter.
Esa para mí extraña idea de la pelirroja y escritora Josephine March ha rondado horas y horas por mi mente y hoy vuelve de nuevo, una vez más vuelvo a perder los papeles por no poder callar por más tiempo, porque quisiera haber hablado antes o haberme hecho caso y no haber estado, pero no, hay que complacer a mamá porque estamos en su casa y quería intentarlo, y al mismo tiempo quería que todo estallara en mil pedazos, como así ha sido, en cierto modo.
No es que piense que tengo “mal carácter”, en realidad me gustaría tenerlo mucho peor y dar miedo a la gente, cada día estoy más convencida de que actuando así es como se consigue todo en estos tiempos, siendo muy agresivo, una parte de mí que controlo poco, por desgracia. Se me sale Carrie White y destroza el instituto en el momento más inoportuno, aunque a veces llego a tiempo y logro que de media vuelta. Igual sería mejor sacarla a pasear más a menudo, en pequeñas dosis.

Aunque nadie lo diría al leer este blog, soy alguien que suele guardarse mucho para sí, y de esas ideas que me quedo, bastantes están motivadas porque alguien me viene diciendo cosas que me desagradan, me ofenden o incluso me enfurecen, no sé muy bien con qué objeto, sea en el ámbito que sea. Al principio, cuando era niña o mucho más joven, me echaba a llorar o me iba sin decir nada, optando cada vez más por esto último, luego, poco a poco conseguí hacerme entender que debía y podía responder si así lo deseaba, si no contestaba el problema siempre radicaba en las circunstancias –no se me ocurría nada y me quedaba en blanco, no entendía la indirecta o me podían despedir, por ejemplo- más que en no querer hacerlo.

Con mi familia materna me ha ocurrido algunas veces, las más sonadas cuando era preadolescente, una edad delicada para cualquiera.
Cuántas veces volvía llorando a casa porque me criticaban por comer muchas patatas fritas en alguna cena de primos –con once años y que parecía un palito- o lo que llegaron a decirme en alguna ocasión; hay una tremenda, de cuando tenía doce o trece años y me pasaba el día leyendo y en silencio, era la niña rara. Fuimos a una de aquellas dichosas comidas en un sitio muy elegante y uno de los novios de mi prima de aquella época, uno muy maleducado, empezó a preguntarme si me gustaba tal y cual, y yo decía no o sí, hasta que dijo “¿Te gustan las chicas?” y yo dije “No”, porque no entendía nada, pensaba -“¿Pueden gustarme las chicas?”, así de inocente era entonces. Luego él dijo “Pues no es tan rara”. Y todos los demás, que eran todos mayores que yo y adolescentes, se rieron, pensé que era algo malo y que ya me habían engañado otra vez para llamarme rara, pero sólo iría captando la esencia de la garrulada a base de años.
El listo este era piloto aficionado de rallies y mi prima y él debían llevarme a casa, se pasó derrapando todo el camino, porque intentaban asustarme, tenía un poco de miedo pero no quería dar muestras de ello, me concentré en la cinta de Bananarama que llevaban puesta, su versión de “Help!” me pareció acertadísima. Y a pesar de que se lo conté a mis padres, estos no hicieron nada. Ni siquiera les llamaron la atención porque pudiésemos habernos matado los tres, aunque lo comentaran entre ellos dos; diez años después, el impresentable este intentó ligar conmigo en una discoteca y por supuesto, ignoré sus avances, no me sorprende que acabara debiendo dinero y casado de penalti, una expresión que seguro sigue siendo de su agrado.

Este es un muy buen ejemplo de la clase de hechos y comentarios maliciosos que debía soportar ya no sólo fuera sino también dentro del ámbito familiar, sin que nadie me ayudara ni me defendiese, porque es que son “los tíos”, que un día me ayudarían –JA- y yo no era simpática y no les hacía caso, y no era normal. Acabarían viéndolo muy claro ya muy tarde, cuando ya no era posible verles como una familia, y sólo cabía poner distancia.

Fui a muchas fiestas a lo largo de mi vida, en todas, lo mismo, “que no te vean rara eh hija, habla con la gente, no te quedes detrás escuchando, no te vayas sola a un rincón, participa, di esto, haz lo otro” y luego estaban los que sí eran raros, pero había que consentírselo todo, porque es que eran el hermano soltero de mamá, el primo soltero que era como un niño grande; esta Navidad el problema ha sido con él.

Cuando éramos pequeños no se notaba tanto, claro, era como si fuera como nosotros, qué divertido, pero más tarde, cuando ya éramos adultos, aquello se fue viendo. Era un malcriado, una persona que había heredado el trabajo de su padre en un organismo en la administración durante el Régimen y que tenía y tiene ideas ad hoc, aparte de ser lo insoportable, pesado , egoísta y cruel que es; bien es verdad que su hermano y su madre trataron muy bien a la mía, no así tanto él, que cuando ella vivía en su casa le hacía pequeñas putadas como obligarla a que le trajera cosas hasta que ella se hartaba, en base a que se hospedó en su casa durante un tiempo. Es por ello que mi madre se siente en deuda con él y le justifica todo lo que ha hecho, que no es poco.
No se casó nunca, ya que todas las novias le dejaban, ninguna podía soportarle, y más en aquel tiempo, que una mujer debía aguantar lo que fuera, en teoría. Acabó por no hablarse más con las hijas de su hermano, ya que a una que es camarera de pisos le dijo que él a los camareros les despreciaba, y a otra que le guardó en el hospital cuando le operaron del estómago porque no hacía más que comer como un cerdo en todo tipo de restaurantes, presumió de haberla hecho llorar dos veces.

Aparte, se las da de no tener dinero y resulta que no le pudieron buscar un piso en asistencia social –jamás se preocupó de comprarse una casa cuando en su época era tan fácil adquirir una- porque cobraba demasiado, es más, tiene una asistenta a la que lleva a casa de mis padres a cogerle naranjas y limones y cada vez que mi madre le invita a comer, tanto mi padre como ella se enfadan muchísimo porque tiene el capricho de ir en tren y hay que ir a buscarlo a una población cercana y luego llevarlo, además suele llamar a horas inadecuadas. Un día que había hecho la comida y llamó ya le corté y le dije “Perdona, pero estamos comiendo” y se lo tomó como una ofensa al bon vivant ejemplar o algo.

Mi madre me insistió en que había sido muy bueno, que era como un niño y se niega a ver que lo más seguro es que esté aprovechando esa creencia absurda al máximo. Además ni ella ni mi padre se atreven a decirle algo y es su casa, es inconcebible.

Una vez, cuando era pequeña ya vi claro que era un adulto extraño, la vez que amenazó con pegarme en un bautizo porque se puso mucha comida y yo inocentemente, exclamé que cuánta había o algo así. Por supuesto, nadie movió un dedo para decir nada, se rieron. Y yo me sentí tan indefensa ese día, mi opinión cambió a peor y empecé a no fiarme en absoluto de aquel niño gigante al que por cierto, ninguno del resto de hermanos de mi madre, que también se hospedaron en su casa cuando estudiaban, invita jamás porque les parece tonto, pesado, caprichoso y cae mal a todos mis primos.

No se acaba aquí.

Antes de irme a Madrid, hubo una comida especialmente conflictiva. Hacía poco que habían hecho un documental sobre falangistas en la isla, y había salido un hombre arrugadísimo al que le faltaba un ojo que había explicado que aunque él lo había sido, lo peor eran los que les gustaba matar, que eran como psicópatas, que él no era así, me interesó mucho aquel personaje y lo que decía. A mis padres no les gustaba que Isabelo fuera de izquierdas ni que lo fuera yo, pensaban que en la isla no iba a progresar laboralmente si lo era, y como no les gustó lo que opinaba de todo aquello basándome en las palabras de aquel hombre que había estado allí, nada menos, no sé qué entenderían, aparte de enfadarse esa semana porque el ministro Acebes no me caía bien, y se como chivaron al elemento este durante una de sus comidas de que yo creía que los falangistas eran demonios, cosa que yo nunca dije y eso que había leído lo del ciclista que quemó vivo uno de estos diciendo que nunca más le ganaría una carrera, por ejemplo. El tío y ellos empezaron a gritarme y él me dijo que yo no conocía la Historia de España y que no sabía nada y a continuación se empeñaron en que todo era por mi novio, que era un rojo. Y luego todos siguieron comiendo en silencio.

Yo les miraba comer a todos, a él, a mis padres, a mis hermanos. Sentí ganas de levantarme e irme, sentí un asco y un desprecio sin igual, pensé que allí no me quedaba, me decidí aún más a irme para siempre de allí, de un sitio donde se ponían a gritarme así por cosas que no había dicho, que no se habían molestado en prestarme atención y en el que se le hacía caso a un señor como ese, al que desde luego no tenía ningún aprecio, no así a mi familia, que me dieron vergüenza esa vez, como me ocurre siempre que la gente pasa de contestar a alguien como él, pensando que no vale la pena, dejando que haga daño a otras personas y responsabilizando únicamente a esas personas de cómo se sientan, todo muy fácil y muy cómodo. A mí eso no me convence ni me va a convencer nunca, sé lo que se sufre cuando te dejan a ti todo el marrón y no estoy de acuerdo con lo de “pasa de este tío y ya está”; no, no está, mira todos los años que lleva molestando y lo que es peor, saber que si apareciese un primo rico y viejo de la nada la superagradecida de mi madre no le vuelve a ver. Y aún sabiéndolo, permite esto y no soy tan egoísta como para que sólo me importe lo que me afecte a mí, al menos aún no lo he conseguido del todo.

Yo lo que me pregunto es hasta qué límite se puede “ser así” y qué es todo esto de aguantar cualquier cosa en plan mártir. Tengo que superar esto como sea, porque no quiero acabar así, no quiero que todo el que me rodee acabe siendo insoportable mientras hago como que paso, esa película ya la he visto y no es buena.


Y quizá es por todo ello por lo que hoy la he liado parda en la comida de Navidad, después de seis años y de haber evitado sus llamadas a base de responder con monosílabos a las mismas y pensando “pues si no sé nada, para qué voy a hablar contigo, si ya lo sabes todo”.
No iba con buena disposición a esta comida y hubiera estado mejor en el Kentucky de la playa, total para acabar furiosa con él y quizá con algunos más, pues tampoco valía mucho la pena, aunque por otro lado, quizá se haya ofendido definitivamente –por una vez que lo pase él mal también- y al final comprenda que a mí me cae tan mal como a sus propias sobrinas.
La he empezado enfurruñada, antes he discutido con uno de mis hermanos que se ha empeñado en que tenía que pasar, que era un viejo y lo que menos me ha gustado que sólo tuviera que preocuparme por lo que me pasara a mí, porque él es muy práctico y cree que yo soy demasiado idealista, que tengo que aceptar el mundo tal como es, imagínate que los de la Revolución Francesa hubieran hecho lo mismo, menos mal que no están aquí para ver estas resignaciones colectivas. No estoy de acuerdo y tampoco con invitar a un viejo facha y tonto para que diga “sus cosas” mientras los demás comemos y pasamos o aguantamos una vez más las ganas de hacer algo al respecto.

Y ya sé que es la casa de mi madre y no la mía, y que tengo que respetar que quiera invitarle, pero tampoco voy a aguantar que me insulte o que me diga lo que tengo que hacer, porque no es que sólo sea un anciano, es que es sólo viejo, nada más. Ha viajado por todo el mundo y sólo le ha servido para llenarse de prejuicios y comer.

Además, mi madre se ha puesto muy tonta y me ha hecho una broma que no me ha sentado bien, no me ponía la ensalada y le he dicho pues a la mierda, no quiero nada. Es una tontería muy grande, pero era lo que me faltaba, era como si todo el mundo quisiera reírse de mí y quitar importancia al hecho de que me estaban imponiendo una presencia non grata. Y luego va el gilipollas de mi tío y dice “Vamos come” y yo he dicho que comía lo que quería, nada más.

Anteriormente, mi madre ha estado discutiendo con mi padre porque según él ella no sabe hacer la lechona y por eso no se horneaba bien y la ha acabado haciendo él y cuando yo he quitado los platos para el postre ha empezado a gritarme y a decir que si la había jodido sólo porque había quitado los platos y ya no podía seguir sus planes secretos de servir el postre mientras comían fruta, cosas que espera que adivine. Y no me he podido contener.

He cruzado el salón, he pillado un par de abrigos y he salido fuera y he dicho A LA MIERDA TODO, A LA MIERDA TODOS, PUTA NAVIDAD, ODIO LA NAVIDAD con la voz de Niña del Exorcista que me sale cuando ya no puedo más de verdad, luego le he dado el abrigo que no era mío a Isabelo y le he dicho DALE ESTE ABRIGO A QUIEN CORRESPONDA Y NO VOLVERE EN UNA HORA, NI EN DOS NI EN TRES, A LA MIERDA. A la vecina y al señor que me ha mirado espeluznado mientras se quitaba los auriculares les ha entretenido mucho.
Luego he ido andando hasta una calle cercana y me he quedado muy quieta. Hacía mucho frío y era un día muy bonito de Navidad, soleado y azul, como una mentira. No sé qué haría aquel señor solo por la calle con su mp3, pensé en buscar al resto de personas que habrían escapado de sus comidas de Navidad chungas, pero luego he pensado que tenía que volver, que alguien se preocuparía si tardaba mucho.

He vuelto y mi padre ha dicho “¿Qué? ¿Has encontrado a alguien para pegarle?” y mi hermano le ha contestado que no me hinchara, porque claro como eso ya lo había hecho él llamándome ilusa antes, pues no hacía falta, es comprensible. Como el viejo de mierda se ha reído he vuelto a decir que no podía ser que se enfadaran porque quitaba los platos y que iba a buscar a Isabelo, que había salido a buscarme a su vez y sin chaqueta. Mi padre ha dicho pero no seas así, no hay que enfadarse tanto, claro, no como él, que no se enfada nunca.

Al final he encontrado a @Arredro y hemos hablado un rato en la calle, no quería dejarme volver y estaba convencido de que iba a gritar algo más, quería saber qué me pasaba en realidad pero yo sólo acertaba a pensar que nadie ni nada parecía estar de nuestra parte y quería volver sólo porque había dicho que había ido a buscarle.

En fin, volvimos y allí estaba la sonrisa cómplice de mi hermana y sus grandes ojos mirándome, supongo que contenta por no haberse metido ella en líos por una vez. Hoy llevaba vestido y se había pintado, se ha ido con su perro enseguida porque había quedado.

Ni siquiera hemos tenido que despedirnos, se ha ido y punto. Luego ha habido una sobremesa larguísima durante la cual ha venido la nueva novia de mi hermano, hemos hablado con Xisco y su novia, Xisco me ha dado las gracias por hacer una Navidad como él las recordaba en nuestra casa, y me ha dado la mano, para hacer la coña; mi madre ha intentado fastidiarme contándole a todo el que ha venido que me había enfadado y diciendo que seguramente mi tío ignoto hablaría mal de mí y que no había podido “decir sus cosas”, pues que le den, porque podría haberle insultado y no lo he hecho, y si alguien así habla mal de ti, pues mejor.

Sé que todo esto me deja en mal lugar, que me he portado fatal, y que debería haber aguantado, pero no ha podido ser. Me han tocado las narices y han sonado, no hay mucho más.




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