sábado, 31 de julio de 2010

VISCERALIA





Pero los corazones de los niños son unos órganos delicados. Una entrada dura en la vida puede dejarles deformados de mil extrañas maneras. El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma que se queda ya para siempre duro y áspero como el hueso de un melocotón. O, al contrario, es un corazón que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere.

Carson McCullers , “La balada del café triste”



No hace mucho, estuve viendo “Matar a un ruiseñor” de Robert Mulligan, la célebre película protagonizada por Gregory Peck basada en la novela de Harper Lee –un libro que me gustaría mucho leer algún día y que nunca he visto en ningún sitio- y aparte de flipar con que el Robert Duvall más joven que he visto nunca fuese el chico raro que “con su dulce timidez” salva a los hijos de Atticus Finch de los indeseables de este mundo, descubrí que ya la había visto cuando era muy pequeña en el salón de mi casa; que la escena con la niña disfrazada de “Ham” y su hermano que se dirigen a una representación de Halloween por un bosque rumoroso en blanco y negro era una de aquellas que aún rondaban por mi mente, de ésas que llevaban tanto tiempo que ya no sabía si lo había visto o lo había soñado.

No sé si entonces también me eché a llorar o no, pero otro motivo para esas lágrimas fue el empezar a pensar qué hacía aquella escena tan aparentemente sin sentido en mi cabeza, durante tantos años, sin ser jamás identificada. La vería y pensaría que me parecía más a aquel señor que se escondía que a los niños o que a mí me podía pasar lo mismo que a ellos, en cualquier momento, siempre pensando que no podía ser el protagonista, que siempre era el raro, el monstruo, la niña del pelo verde; ni siquiera en mis propias imaginaciones me concedía tales privilegios, no fuera a venir alguien a recordarme lo que era. También recuerdo la emoción de leer ese fragmento por primera vez y comprender enseguida qué me estaba diciendo McCullers, a veces pienso que hubiera sido mejor que se me hubiera quedado el corazón en hueso, supongo que todos los de esa clase nos preguntamos si algún día una serie de decepciones concreta acabará con nuestra hipersensibilidad de una vez por todas.


La peor consecuencia de lo relatado en el post anterior es levantarse tantos días imaginando qué clase de persona serías si no te hubiese ocurrido, si serías peor, mejor o más libre o que te importaría menos lo que pensaran otros, no haber vivido en el convencimiento absoluto de que la opinión que ciertos individuos tuvieran de ti podía haber determinado toda tu vida, aunque ahora ese convencimiento sea mucho menor, pero persista la sensación de que puede llegar uno de ellos y que no le gustes y hundir tu vida entera.

Esa es otra; ya no la visita del rencor, sino su habitación siempre limpia y preparada; será uno de los sentimientos más tenebrosos que existen y habrá quien piense que soy una mala persona sólo por esta falta, aunque he de aclarar que es muy selectivo y sólo se acuerda de quiénes me han hecho daño de forma deliberada, jamás perdono ni perdonaré algo así, y menos a los que participaron de forma consciente en torcer mi desarrollo personal, sin importarles lo que pudiera pasarme, porque aunque vinieran pidiendo disculpas, siempre pensaría que lo hacen para quedar bien, o que preparan alguna más contra mí, para demostrarme que nunca tendré mi lugar o que por dentro se están descojonando de mí como siempre. O que hablan a la gente–y siempre tienen esbirros y borregos que les laman- para decir “no contratéis/invitéis a fulanita que no tiene habilidades sociales, pobrecita”, “no me gustaría estar en su pellejo”, “es que yo con personas así”, “no ves que nunca se va a integrar”, “menos mal que ahora estás tú con ella” , “¿eres autista?”etc. disfrazando sus puteos de compasión, encima, o proyectando sus propios defectos sobre ti y acusándote de ser un peligroso manipulador que sólo busca que le presten atención a cualquier precio, siempre intentando arrancarles la cara a quiénes no llevan máscara, cuando resulta que no todo es su fiesta de disfraces y les da miedo que alguien no les necesite y no venere lo cool que son y lo mucho que aportan a cualquier grupo, empresarial o no. Cualquier elogio de esta clase de trastornados controladores suele esconder un desprecio, o bueno, eso se creen ellos, que te toman por tonto y que no lo ves. Y lo peor es que esta clase de personalidad parece ser la más adecuada para encajar en la sociedad actual y ser proactivo, dinámico y sobre todo, aparentar, que es lo que más interesa y lo que menos gusta de los que hacemos y decimos lo que nos sale, como mucho nos podemos contener hasta que explotamos y tenemos una reacción desmesurada.

Eso lo sigo controlando poco, aunque esas reacciones se van espaciando hasta casi desaparecer, supongo que no es lo mismo que cuando esos once años de prisión mental eran la mitad de mi vida, ahora son un tercio y algo ya, es como si esa zona tan sombría se fuera haciendo cada vez más pequeña; aunque a veces vuelve a suceder, aparece de vez en cuando un demonio, un dragón al que desearía poder vencer, verles llorando, humillados, que les den de lado a ellos por una vez y que no sea yo la que tiene que irse o dejar de confiar en los que les hacen caso, aunque les apreciara o creyera que iba a suceder en algún momento. Esa es otra cosa que no perdono, aunque la pena puede ser menor y su juicio puede tener apelación, les doy la oportunidad de explicarse y puede que algún día llegase a creerles, aunque lo dudo.
Y está la paranoia, el sospechar siempre de todo y de todos, ver siempre segundas y terceras intenciones en observaciones a veces inocentes y otras no tanto, pero que no pretendían lo que uno acaba llegando a creerse, en su conspiranoia social arborescente, todo un bosque encantado lleno de las más variadas criaturas, de males absolutos, de un enemigo mortal que se va a encarnar una y otra vez a cada paso, en cada escena. Y saber que eso no puede ser, que no se puede desconfiar de todas las personas, y que al final, en alguien vas a tener que depositar ese resto brillante que queda, aunque sigas con odio diverso y listas negras.

A veces también pienso que la culpa de todo es sólo mía, es tan fácil pensar eso, que es porque eres rara y que no puedes evitarlo, que volverá a suceder una y otra vez, que por mil vidas que vivieras volverías a tener los mismos problemas, a ser la misma, a sentirte tan insegura que tengas miedo de saludar a alguien, de llamar a un taxi, de pedir a un café, de no saber hacer un trabajo sencillo o seguir sintiendo una punzada de sospecha cada vez que oyes risitas a tu espalda, pensando que cosas que apenas afectan a los demás a ti se te meten en la cabeza y te causan un desasosiego excesivo, por mucho que te pase cada vez menos, pero algún mal día sigue habiendo. Sí, sería tan sencillo creer que todo es culpa tuya y simplemente con algo de voluntad o con mucha, que fueras a unos cursos de expresión corporal y a la Policía Mental y todo se arreglase mágicamente y fueras esa persona fuerte, callada, segura, capaz de acojonar a alguien con una mirada y de conseguir un trabajo de ingeniero aeronáutico con un módulo de Turismo.

Pero no es tan sencillo, hay demasiados factores, si vives en un lugar grande o pequeño, lo sensible que seas, los que te toquen alrededor, si eres señor o señora, si eres fea o guapa, pobre o rica, si vives en determinada época, que tus padres sean unos agoreros asociales sobreprotectores etc.; siempre creo que podría haber reaccionado antes, aunque nunca sea tarde si las cosas van saliendo bien poco a poco, y sepas que a veces se te caerá una pared entera y tendrás que rehacerla. Aún no sé si haber acabado siendo como soy tiene alguna ventaja y creo que me horrorizaría si así fuera, no espero ninguna buena consecuencia de que me arruinaran la infancia, me alegro por los que pasaron esto con algún amigo que les apoyara o fueron protegidos de algún modo, su desgracia menor, y cuando veo lo que les ha sucedido a algunos, que ni siquiera vivirán para tener otra oportunidad sólo porque a un imbécil de su clase no le gustaban, hasta me siento afortunada, nunca les olvido. En mi viaje al norte, pensé en comprar un pequeño ramito de violetas, ir a su pueblo, dejar esa seña anónima pero sentida, porque para mí él fue el primero que murió por esta monstruosa exclusión, por este clasismo feroz con tantos escudos que se ceba en los más indefensos, en una época que deberías recordar con nostalgia y que prefieres obviar, sientes como una afrenta personal que alguien diga que lo mejor son los amigos que tienes desde pequeño, y así te quede claro que como no fuiste al colegio adecuado o no supiste qué hacer aquel día en el patio con siete años, tu vida quedó decidida y condenada. Y te dan ganas de levantarte e irte sin dar explicaciones. O puede que quieras pensar en esa gente que se pasa la vida con los mismos porque no se atreven a conocer a nadie más ni nada más, o en el pobre tímido de pueblo que en realidad es cautivo de una pandillita que le dice hasta qué novia le corresponde; entonces querrás sonreír enigmáticamente y quedarte con tus veranos sola dibujando en el jardín o leyendo libros infinitos sentada sobre la ropa limpia sin doblar y sin planchar.

Supongo que seguiría pidiendo un paquete de quinientos folios para mis defectos y una tarjeta para mis cualidades, que serían “sé escribir” y “soy buena” y de esto último sigo sin estar muy segura, como de tantas cosas referentes a mi carácter, mi actitud o al pobre concepto que tengo de mí misma, sentir cierta ternura por mí me ha costado años. Y luego se preguntan por qué a veces me parece absurdo que se envidie a alguien por ser seguro de sí mismo o saber interpretarlo de fábula al mismo tiempo que se desprecia a cualquiera que sea inseguro en todos los ámbitos, a veces parece que han decidido que si tienes tal carácter no te vamos a dejar vivir en paz, vas tener que aparentar otra cosa. Pues ya veremos quién gana esta guerra.

Podría ocultar todo esto, para no molestar, para que no tengan que hacer un esfuerzo los que leen blogs “para olvidarse de sus problemas” y ay del que no vaya de su rollo frívolo, no ser ese pobre agonías que se queja siempre y no como los que van dándose golpes en el pecho sobre lo dignísimos que son, quejándose a su vez de los que no somos como ellos y evidentemente les perturbamos, pero que no pensamos dejar de escribir por mucho que nos prediquen los de las verdades de la vida. A veces no sé si lo hacen para darse pisto o porque no se atreven a expresar sus sentimientos, por no sentirse vulnerables; no es ese uno de mis miedos, no me iban a tocar todos. Y me he cansado de leer esas cosas tantas veces sin poder responder, pues ahora respondo, porque queman la sangre con tanta verdad de la vida, que será de la suya, tan fácil o tan mentira.

En este blog hablo de sentimientos oscuros, de tristeza, de dolor, de cosas desagradables, porque es mi manera de enfrentarme a ellas, por si a alguien le sirve, porque me gusta pensar y hablar y recordar y no olvidar nunca quién soy, porque como dijo una vez la Barrymore, que lo ha pasado mucho peor que yo, y me da igual qué periodista se lo inventara, todo lo que me ha pasado me ha traído hasta aquí. Y a pesar de ser una vieja gorda y parada, y vivir con toda esta cosa negra encima, tengo quiénes me quieran, lo otro se puede llegar a solucionar.

No hay comentarios: