jueves, 13 de mayo de 2010

Y EN MI CASA SE HIZO DE NOCHE




Para mí, la violación posee ante todo esa particularidad: es algo obsesivo. Vuelvo a ello, todo el tiempo. Desde hace veinte años, cada vez que creo haber acabado con ello, vuelvo. Para decir cosas diferentes y contradictorias. Novelas, historias cortas, canciones, películas. Imagino siempre que un día podré acabar con ello. Liquidar el evento, vaciarlo, agotarlo.
Imposible. Es fundacional. De lo que soy como escritora, como mujer que ya no es exactamente una. Es al mismo tiempo lo que me desfigura y lo que me constituye.

Virginie Despentes
“La teoría King-Kong”


Pensé primero en quitar la palabra “violación” de este fragmento deslumbrante, pero estoy segura de que a ella le gustaría que la pusiera, puesto que piensa que se debe llamar a las cosas por su nombre; de todas formas, mi único temor era alarmar en exceso a mi medio lector. No os preocupéis, que no es eso lo que me ocurrió, mi hecho fundacional es otro; y para mí nunca ha estado mejor contado que en cierta ocasión, en la que a un par de bienintencionados de mi inefable exclase no se les ocurrió mejor idea que invitarme a una cena de antiguos compañeros en el pueblo, a esta extraña en su propia casa. Me sentó fatal, lo escribí en todas partes, incluso hice esta consulta en un foro de confianza, en el que llevaba años; y aún me da miedo hablar sobre todo ello, aunque acabe haciéndolo siempre, haga cada vez más décadas y como ella, piense a veces que me voy a olvidar del todo, que un día no hará falta decir nada más y tema también que sea imposible.

Antes de exponer todo esto que también soy, he de advertir que aún queda un post sobre las consecuencias a largo plazo de un pasado como este, que espero sea definitivo. O no, ya veis lo que piensa Virginie sobre estas cosas.


No dudo que alguno se me va a salir de madre, pero me interesaría saber opiniones diversas, a ver si es una buena idea o va a ser como "Carrie" de Brian de Palma. Eso sí, ni tengo poderes ni pienso asesinar a todos con una careta, más bien pensaba en esa escena de "Línea Mortal" de Joel Schumacher, en la que Kiefer Sutherland le pide perdón a la niña que acosaban él y sus amigos en el colegio.

Los antecedentes son los siguientes: pasé ocho años y el preescolar, que eran tres cursos, de los tres a los cinco años, en un colegio de religiosas, en el que mi madre lleva trabajando más de treinta años, el año que viene se prejubila.

Durante ese tiempo, sufrí todo tipo de desprecios que alteraron el correcto desarrollo de mi personalidad: al contrario de lo que está sucediendo en estos momentos en institutos y colegios, lo más grave que me sucedió fue la vez que una mano invisible me empujó escaleras abajo, suerte que los niños son de goma, que se dice.

Esta desgraciada circunstancia ha incidido negativamente en toda mi vida posterior, me ha hecho las relaciones sociales muy difíciles, por ejemplo; considero que mi error fundamental fue no reaccionar a tiempo, aunque analizando retrospectivamente algunos hechos que ocurrieron en séptimo y octavo, que uno es mayorcito y más consciente de las cosas, y por cómo siguen tratando a mi madre en ese lugar, resulta que ese bullying fue promovido por un adulto en particular, que consiguió poner a mi clase en contra mía en diversas ocasiones; por ejemplo, quería prohibir el viaje de estudios porque me quitaron una diadema en el recreo, os podéis imaginar las consecuencias.

Con este factor en especial en contra, hay que reconocer que lo tenía crudo. Y además esta persona es alguien sin título de maestro que tenía miedo a mi madre, que sí lo tenía y envidia a parte de mi familia materna, que son ricos y no les puede hacer nada, y en cambio a nosotros sí, que intentaba dejarnos mal como fuese tanto a mí como a mis hermanos o mi madre, cuando estábamos en el colegio.

Y claro, por antigüedad, el Ministerio de Educación resulta que no puede hacer nada, y lo peor es que las cosas siguen igual: una amiga tuvo que quitar a su hija del colegio porque en el patio no le hablaban ni la invitaban a los cumpleaños porque no hablaba bien -va a un logopeda- y por ser hija de divorciados.

Comprenderéis que las religiosas y la gente que se cree más que otro por tener dinero no me gusten un pelo, no digo que sean todos iguales, es posible que haya algunos buenos, pero me parece que son los menos.

Además considero que vivir en un pueblo o una ciudad pequeña no es ni de lejos lo mejor del mundo, porque hay gente que te conoce de esos tiempos y a lo mejor no te eligen para un trabajo o no te invitan a su grupo de amigos por esto, porque se considera que eres raro y vas a hacer alguna, aparte que se mira con lupa todo lo que hagas.

He vivido como buenamente he podido con toda la neura que me ha provocado esta situación: me ha asombrado y afectado mucho -ha habido debates que me han hecho llorar- lo que está ocurriendo con esto en los medios, de repente es algo generalizado, e increíblemente violento. Llega a ser así en mis tiempos, y estaría en el cementerio. Hasta me pienso tener hijos, y si salen como yo y nos pasamos la vida sufriendo y cambiándolos de colegio, pues no.

Todo esto me ha hecho pensar si no debería acabar Magisterio y ponerme a luchar contra esto en los colegios, pero no me veo suficientemente imparcial, a mí los agresores me la traerían al pairo completamente, que los hay que pueden corregirse, pero también los hay que les gusta esto y se te van a reír en la cara si encima les compadeces. Que parece que cualquier acto de un menor es justificable sólo por serlo, habría que personalizar más.

Bueno, en el internado y en el instituto, salvo hechos aislados, he estado mucho mejor y me ha servido para ver que ni era normal ni me merecía todo eso ni se puede justificar tal trato a nadie, no puede ser malo todo siempre, claro.

Ahora que mi vida es otra, y estoy preparándome para irme a vivir y trabajar a otra ciudad con mi pareja actual, me estaba paseando por el puerto al volver de mis prácticas cuando me para una de mis ex-compañeras de clase, a la que llevaba años sin ver, -he ido viendo a algunos, y he hablado con los que eran más o menos amables, que los había pero pocos y eran amigos de otros que no me podían ver, y claro el grupo manda- y me pidió mi móvil, porque el compañero que más amable ha sido conmigo, a pesar de todo, organizaba una cena de compañeros de esta clase, y puede que de alguna otra.

En vez de salirme algún exabrupto por el que dijese "Pues prefiero que me atropellen" pues no, me quedé ahí como flipada, y pensando en este compañero y en que podían venir otros de otras clases, se lo di y lo apuntó en una hoja en la que había los nombres de otros compañeros, por lo que vi que no era nada raro.

Y que tampoco era tan rencorosa como para querer hacerles todo el daño que pudiese, quizá me bastara que reconocieran sus errores, al menos me llevo eso si al final ni me llaman, que no soy un psicópata en potencia. Qué decepción.

El caso es que ahora no estoy muy segura de qué hacer, o más bien si voy, qué actitud tomar, si por ejemplo, en vez de callarse se dedican a intentar quitar importancia al modo en que me trataron en plan "son cosas de niños" que ya lo intentó una en un supermercado y la corté diciéndole que habría acabado en un psiquiátrico si hubiésemos seguido juntos en el instituto. Se quedó helada.

No sé si está bien ir a cenar para eso, pero a lo mejor eso sirve para curarme un poco más.

Esto lo escribí en 2006; meses más tarde, pasó lo siguiente:

Un día, a mediados de verano, me encontré a este compañero que organizaba la cena, que aparte de explicarme que se les haba ocurrido a él y a otra compañera, no volvió a hablar del tema, pese a que los pobres estaban convencidos de que iba a producirse el evento. Supuse que no había manera de reunir los suficientes voluntarios para tal ejercicio de masoquismo colectivo, y me olvidé un poco de todo esto, hasta que ocurrió algo decisivo: el que había sido el graciosillo oficial de la clase murió en un accidente de tráfico, dejando mujer y un hijo; por otro lado, este tío era de los que fueron más o menos buenos conmigo, y resulta raro pensar en lo alegre que era y como ha resultado ser su breve vida.

Y la cena nunca fue, y si es, que sea sin mí, porque no voy a ir. No puedo, no quiero volver a verles, lo siento por los tres o cuatro que fueron buenos conmigo, pero es demasiado pedir.

A día de hoy, vuelvo a contármelo y a verlo igual, aunque como ya he anunciado más arriba, en mi próximo post hablaré de las huellas permanentes que han quedado en mi personalidad y que cada día intento asumir un poquito más, de esta manera y de muchas otras. También espero que así se me entienda mejor, se vea de dónde vengo y a dónde podría ir.



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