viernes, 12 de marzo de 2010

EXAMEN DE CONCIENCIA




Como la típica paranoide con algún que otro desorden obsesivo-compulsivo que siente remordimientos por no encontrar una papelera y haber tenido que tirar un papel al suelo, -algo que todo el mundo ve al instante y que suena como toda una vajilla al estrellarse contra el asfalto, esas señoras te están mirando mal; los de traje son de la secreta y vienen a por ti- lo que me ha ocurrido esta mañana en un museo de la capital no puede parecerme otra cosa que no sea un suceso trascendental que marcará mi vida para siempre y añadirá una nueva factura a mi karma, por la que quién sabe qué cosas horribles van a sucederme, cuando menos lo espere.

Por si no fuera suficiente el haberme caído en nuestro baño la semana pasada, sufriendo una rotura fibrilar parcial en el gemelo izquierdo por la que voy renqueando a todas partes y mi pierna se parece cada día más a la de un pitufo al azar, aparte de llevar un año y un par de meses sin trabajar y sin perspectivas de hacerlo en breve, se me ocurre hacer algo incorrecto por una necesidad acuciante y absoluta pensando aquello tan bonito de “bueno, por una vez no pasa nada” y entonces ocurre: te cogen y te echan una bronca, o te dicen algo. Prefiero pensar que sólo me han dicho algo, aunque ya lo tenía previsto, y más o menos ha salido como esperaba en mi paranoia mental inmediatamente anterior a los hechos.

Vais a tener que disculparme la crudeza, pero hoy estaba en pleno Inquilino Comunista, y tras dos horas viendo cuadros y cojeando, no me encontraba nada bien, necesitaba un baño urgentemente, aparte el tema ya no resistía más, es que The Red River se iba a desbordar proporcionando un bochorno aún mayor que el que he soportado finalmente. Eso sí, esa me la he ahorrado, mira.

Por alguna razón, era imposible encontrar los baños, me he cruzado con otra señora que también los buscaba y los hemos buscado un rato en expedición conjunta, para acabar dispersándonos, espero que ella haya entrado en los correctos y no le hayan dicho nada; yo le he preguntado a un vigilante y me ha dicho que subiera por el ascensor, tras haber subido y bajado un par de plantas tres o cuatro veces, lo he agradecido mucho, pero al llegar allí sólo he encontrado un baño para minusválidos y madres con bebés, por lo que he vuelto atrás instintivamente.
He mirado por la otra parte, no encontraba otros servicios, me dolía el vientre, sentía que aquello se iba a hacer puñetas y que necesitaba un baño YA. Y sólo veía ese, y era el fin del mundo, y estaba mal, y pensaba en las personas en silla de ruedas que había abajo y que tendrían que esperar por mi culpa, pero me he dicho “ya sería mala suerte que vinieran justo ahora”. Así que he entrado, y no sé qué cantidad de minutos después, mientras yo intentaba ir a toda velocidad –dentro de mis posibilidades, que son nulas- han llamado a la puerta; de alucinar. Esto sólo me pasa a mí, así que en mi oscuro interior, me he preparado para la bronca monumental, algún que otro discurso de superioridad moral y las miradas hostiles que me esperaran fuera, todo merecido, esto me pasa por no hacerme más caso y seguir intentando ser la mejor persona del mundo por culpa de mis doscientos mil traumas infantiles relacionados y el sentimiento de culpa judeocristiano ese del que me habla Isabelo a veces, aunque sea con el vaquero manchado y volviendo en el metro tratando de que no se me viese nada, pero orgullosa de ser una santa total, así deberían haber sido las cosas.

Pero no, me tenía que empeñar en hacer algo malo a sabiendas, pensando que me iría de rositas, como hace todo el mundo, o eso me parece siempre desde fuera, basta que yo intente algo de este palo para que me coja el guardia o la monja o la profesora o la señora de la limpieza, como en este caso, que me ha dicho de forma agria “Señora, este es el baño de minusválidos”, algo a lo que le he respondido “es el que me ha indicado el vigilante” y antes de meterse a limpiar –no la guiaban nobles sentimientos, hará ese baño antes porque hay menos gente, ella tampoco era tan guay- me ha dicho que los otros baños estaban por la otra parte, esa parte en la que no había nada; podía haber dicho muchas cosas, pero he pasado de dar explicaciones; además, tenía cierta razón aunque yo tuviese también mis motivos. Así y todo, me he puesto algo nerviosa, he vagado melancólica mirando algunos cuadros de románticos del XIX y sintiendo más que nunca los pinchazos en el talón, el gemelo, las rodillas crujiendo, pensando en todas las escaleras que tenía que bajar y que igual me quedaba coja para siempre por esto, que bastaba con que no se me curase bien el pie con tanta excursión y tanta escalerita, como castigo divino por usar un servicio que no debería por no buscar más, aunque no supiera muy bien dónde. Todas aquellas historias religiosas y mitológicas pintadas al óleo han acabado por jugarme una mala pasada y sumergirme en una desesperanza momentánea, me he sentido muy mal durante un rato, aunque sólo sea una anécdota y sé que de estar bien, todo habría sido distinto.

A veces tengo la impresión de que en esta película no puedo ser más que la buena, la más mínima falta se convierte en un delito mayor que espera un castigo que nunca llega o que interpreta cualquier suceso posterior a los hechos como el pago de esa aparente deuda kármica; sospecho que esta me la han cobrado por adelantado, yo por si acaso no me acercaría a mí misma en las próximas semanas. Quién sabe si acabaré quedándome con carteras olvidadas en terrazas o en una página de feisbuk de “Señoras que van al baño de minusválidos y les afea la conducta una señora de la limpieza a la que le fastidian su plan de salir antes a comerse unas bravas”.

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