sábado, 31 de octubre de 2009

UNA MORT DE MEL I SUCRE*




Eso tan raro de la foto es lo que me regalaban mis padrinos cuando era pequeña, en el día de Tots Sants o de Todos los Santos, Halloween para los más globalizantes, góticos de variado pelaje, fiesteros o incluso algún honorable romántico anglofílico que ande aún por este mundo de tinieblas, cosiéndole los últimos detalles al elaboradísimo disfraz que ningún borracho será capaz de interpretar correctamente, excepto frikis adictos al colacao y otras hierbas.

Mucho antes de todo eso, a mí me daban este rosario de dulces y caramelos con un colgante de calabaza confitada, a imagen y semejanza de los que ahora se llevan para decorar el entreteto a lo viuda siciliana de anuncio de perfume; yo los usaba igual, los paseaba un rato y luego me iba comiendo las cuentas, dejando para el final los recubiertos de chocolate que veo que aún van envueltos en papel de colores. Entonces en el medallón no estaba Hello Kitty aunque sí el mono Amedio, por ejemplo.

Era siempre un día extraño; íbamos a pasear por cementerios soleados, con mis padres acarreando coronas de crisantemos de un lado a otro mientras yo iba leyendo las lápidas y preguntándoles la historia de los que allí yacían, sobre todo si eran mausoleos con vidrieras, tenían ángeles de piedra, parecían abandonadas o sus moradores habían dejado este mundo jóvenes y tenían fotos bonitas y misteriosas; me interesaba sobre todo si eran niños como yo, que había alguno que otro. Solía recrear esos relatos en mi mente de forma morbosa, sobre todo lo de la niña desaparecida que encontraron al cabo de un año o lo del chaval que se cayó a la albufera y se ahogó sin que nadie pudiera socorrerle, podía ver a aquel chico rubio hundiéndose en las aguas cenagosas y verdes que aún aparecen en mis pesadillas.

A veces añoro la sobriedad de aquellos fines de semana supuestamente pensando en la muerte, ese aire de película de Erice con tus horquillas en el pelo y tu pichi de pana, los últimos rayos de sol iluminando los descampados amarillentos y el silencio absoluto del salón, sólo interrumpido por el crujir de papelitos de los caramelos de nuestros respectivos rosarios. Creo recordar que solíamos cambiarnos los que no nos gustaban –siempre había uno que no- con los que nos gustaban del collar del otro, pero es posible que sólo mi hermana hiciera eso. Si mi casa fuera un barrio chungo , ella sería el traficante.

Sin embargo, no me desagradan el Halloween de los anglosajones o el Día de Muertos de los mexicanos; entiendo que la utilización socioeconómica del primero en países ajenos a su órbita es una injerencia cultural inadmisible para muchos, pero no pasa de ser algo exterior, limitándose a organizar fiestas privadas en casas y locales a los que debes acudir disfrazado de algo siniestro; quién quiera seguir celebrando este día a la manera española puede hacerlo, nadie se lo impide. Para mí se trata de una fiesta religioso-comercial más, y de ella tengo el mismo concepto que de otras como San Valentín o las Navidades; los cambios de solsticio se han convertido en una excusa consumista, ya no tienen demasiado sentido fuera de eso y para reflexionar sobre lo que nos aguarda a todos o regalar flores a vivos y muertos no me hace falta un día concreto.

En cuanto a pasear por camposantos y cementerios, no necesito excusas, y algún día haré una visita a los de Madrid, aunque no sepa qué le pasó a este y a aquel o tenga parientes y amigos en ellos; por supuesto, no voy haciéndome fotos ni hago cosas reprobables en ellos, tengo más respeto del que se me pueda suponer por estas líneas, pero en parte sigo siendo aquella niña oscura a la que le gustaban los cuentos de Poe que no tenía que haber leído, enterraba a sus mascotas con demasiada naturalidad o dedicaba tiempo a imaginar su funeral o fantasear con ser devorada o masacrada durante la noche y no tener que ir más al colegio; una chica a la que lo único que le gustaba de su pueblo era aquel cementerio soleado al que podía ir a sentarse cualquier tarde, a descansar de los vivos y sus ocurrencias varias.

*Una muerte sin consecuencias, "de miel y azúcar", suele referirse a algo o alguien de juguete, inocente o intocable, es una expresión mallorquina

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