lunes, 15 de octubre de 2007

CRUCIFIXIÓN, CRUCIFIXIÓN





Tras pasarme todo un verano mentalizándome de mi siguiente edad -una mala costumbre que tengo desde siempre- por fin tengo treinta y tres años de verdad y no voy por ahí añadiéndome meses y meses de forma imprudente; me entristece ver que Pe, que también es del 74, ya anuncia cremas anti-edad, si bien no sé si es por la pasta o porque ella u otras las necesitemos realmente, que eso daría para otros posts.

No puedo dejar de pensar en "Malena es un nombre de tango", de Almudena Grandes; aunque no lo pueda releer en este momento, pienso en algo que dice la protagonista en una de las primeras páginas, sino en la primera misma, sobre que ya tiene treinta y tres años y que su piel empieza a perder la elasticidad gratuita que la caracterizaba, hasta ahora la edad de Malena Montero había representado una especie de límite imaginario, el problema es que no sé muy bien de qué.

También he recordado tonterías que escribí cuando era más joven, como cuando cumplí los veinticuatro y escribí que en ese momento tenía la misma edad que la última prostituta asesinada por Jack el Destripador, si bien eso fue en uno de mis diarios y no en blog alguno, o cuando me tocó hacer un artículo en catalán para la revista del pueblo sobre una exposición en la que el tema era la vejez y puse una referencia a cierta estremecedora canción de Frank Sinatra, una en la que dice que un día te giras y ha llegado el invierno.

Este es mi primer cumpleaños en Madrid, y aunque siga estando gordita para lo que he pesado siempre, tampoco es que mañana me vaya a levantar con el pelo blanco, pero por alguna razón me siento milenaria, como si esta noche nadie fuese más viejo que yo, esto del cumpleaños me sienta cada vez peor, ni siquiera me sirve lo que dice mi padre siempre, que peor sería no cumplirlos.

No va a ser un día muy alegre, para empezar es lunes, y además van a operar a mi padre de cataratas, es posible que se quede ciego -sólo ve de un ojo, es arriesgado en su caso concreto- y por ello soy consciente de que si eso ocurre, si no sale bien, siempre me recordará tal como soy ahora. Quizá el mejor regalo que se me podría hacer es que esto saliera bien, sin más, soy agnóstica y no tengo a quién o qué rezar, tampoco lo necesito.

Por otro lado, mi madre y mi hermana no podrán decirme que además de mi cumpleaños es su santo y que no lo olvide, haciendo el tonto sólo para chincharme, ni tengo compañeros de trabajo a los que llevarles algo, mañana no tendría porqué hacer nada, pero se supone que me voy a regalar a mí misma a esta ciudad que me acoge, convirtiéndome en madrileña de adopción junto con Don Isabelo, los dos a regañadientes con gorra y mantón de manila.

Ya sé que no parece el mejor día de cumpleaños del mundo, pero estoy donde quería estar y en realidad me siento mejor que nunca, a pesar de los inconvenientes señalados y la evidente empanada mental con velitas.

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