lunes, 5 de junio de 2006

ENTERRANDO PERIQUITOS





Sí, nos vestía mi madre. Años de tratamiento :__(


He estado leyendo unos comentarios a un post sobre el cuidado de unos gatos, y otra vez me he vuelto a quedar perpleja ante lo sentimental que se pone la gente con su mascota, hasta el más troll del lugar; entiendo que eso les pase a los niños o a los ancianos, o incluso a personas que se sientan muy solas y todo lo que tengan sea su perro o su gato, pero no comprendo que el común de los mortales cometa excesos como pensar si su animal es feliz o se deprime o gastarse cientos de euros en su cuidado, tratándolo casi como si fuera una persona o incluso prefiriéndolo a algunas, cuando no a todas. Muchos hemos leído alguna vez en “El Semanal” la opinión que le merecen a Pérez-Reverte los perros y la nobleza de espíritu que se les suele atribuir, por poner una muestra de esto que digo.

Quizá alguien considere que soy un monstruo de maldad –la llama Paca, siempre haciéndose ilusiones - por siquiera atreverme a pensar algo así, pero me temo que no entiendo a quiénes no tienen en cuenta que un animal es sobre todo un ser irracional: está claro que podemos atribuirle cualidades humanas que en realidad no posee o que puede desarrollar algo que se ve y se demuestra como un afecto instintivo hacia sus amos o cuidadores, pero creo que no habría que equipararlo al que pueda dar o recibir un ser humano, creo que sea hasta peligroso olvidarse de que antes que nuestro gato es un felino con sus instintos y que de ningún modo es consciente de sus actos, que si en otra casa le ofrecen comida la va a aceptar y se va a quedar, o que va a arañar al niño si le molesta.

Hablaré sobre todo de mininos, que son mis animales favoritos; en este momento tenemos once pululando por nuestro gran jardín y adyacentes –vivo en un pueblo cercano a campos y fincas, con casas antiguas y sus correspondientes corrales o patios separados por paredes que no son nada para estas ágiles bestezuelas-, cuatro de ellos muy pequeños y tuertos, cogieron una especie de gripe gatuna y empezaron a supurar, mejor no os lo describo más: debido a nuestra dilatada experiencia con decenas de ellos, sabemos que al menos la mitad desaparecerán de forma inexplicable, morirán atropellados o aparecerán inmóviles en el patio debido a sus heridas o a un misterioso envenenamiento por parte de los vecinos a los que les molestan, pese a que saben que son necesarios para la eliminación de ratas y ratones provenientes de la cercana muralla.

En estos momentos, mi ránking personal lo lidera el "Señor Cabeza", un gato siamés que duerme en macetas y estanterías, siempre escondido y que nació en el cuarto de la terraza; es hijo de la prolífica Multigatos –se llama "Nut", pero la apodo así por al menos dos camadas de razones- y según mi madre es un poco tonto, por lo manso y poco dado a triscar por los mundos. La última camada nos salió rana y por ello nos la tenemos que quedar entera, excepto los dos que murieron asfixiados. Puede sonar duro, pero sería mejor que desaparecieran unos cuántos, antes de que esto se pueda convertir en un problema.

Cuando era pequeña, antes de la reforma de la casa, es corral era como una pequeña y frondosa selva llena de mariquitas a las que dejaba pasear por mis dedos, escarabajos rayados de la patata a los que no cogía porque luego las manos te olían mal, orugas de colores a las que hacía “nadar” en cubos, o mariposas que se me deshacían en las manos; hubo un tiempo en el que fantaseé con tener una de esas colecciones que se ven en los museos, pero me parecía siniestro tener un montón de bichos clavados en alfileres como decoración de la casa, aún conservo una Guía de Naturaleza Blume dedicada a los coleópteros que adquirí o mejor, adquirieron por mí, en el Círculo de Lectores. Es posible que también hubiese alguna tortuga de tierra, pero no sé si me confundo con el jardín de la biblioteca.


Todavía no sé que pensar del hecho de que en la actualidad lo único que siga volando por nuestra zona verde particular sea la lechuza que viene cruzando el jardín todas las noches y luego se las pasa susurrando desde la torre de la muralla; una vez, una de ellas, pues han sido varias, apareció muerta en el suelo una mañana: era vieja, le falló el radar y se clavó la antena, era blanca como un ángel. Además, ya no se ven murciélagos, pero eso no me parece mal del todo…nunca debí leer esa leyenda judía en la que se afirmaba que si se te enredaba uno en el pelo, morirías en el curso de un año.

Hasta hace poco, entre nuestra fauna doméstica se contaba un número decreciente de gallinas, que nunca me han gustado, debido a haber sido atacada un par de veces por gallos furiosos, por lo que tampoco me gustaba ir a darles comida; sea mentira o no lo de la gripe aviar, para mí ha supuesto un beneficio inesperado. No aguanto a los pollos, ni siquiera me gustaba mucho el pato que mi madre compró una vez en el mercado, al ir a buscar pollitos nuevos, sin pensar que Xisco se encariñaría con él y le pondría “Paco”; cuando nos lo estábamos comiendo no sé qué mentira le contaría, a saber.
Además tuvimos una serie de canarios y periquitos, que ella o mi abuela olvidaban siempre al sol, y luego era yo quién tenía que enterrarlos al volver de algún día de excursión en la playa, haciéndoles cruces con palitos de polo, algo que divertía a aquella niña sombría y melancólica que fui a veces.

También tuvimos una perra, durante dieciséis años: se la regalaron a mi hermana por su primera comunión, le pusimos “Nuca” –como el osito blanco de los dibujos, aunque era negra y sólo tenía una mancha en el pecho de ese color- y era de raza ca de bestiar*, un poco mezclado; era bien diferente a nuestros gatos cambiantes, que siempre se habían procurado todo por sí mismos: de todos ellos, cabe destacar al único de color anaranjado que tuvimos nunca –un moix de Sant Francesc, lo llamamos aquí- , que un día volvió a casa malherido, casi decapitado y agonizó durante días, alguien parecía haberlo acuchillado, sus heridas eran limpias. Naturalmente, yo pensé que alguien había hecho eso porque era nuestro, para variar. Se supone que debería recordar el primero que tuvimos –ya estaba aquí cuando nos mudamos- que era gris y se llamaba "Inca", y al que al parecer preguntaba si le gustaba la comida, pero sólo mis padres se acuerdan de eso.

He visto morir a bastantes felinos; desde el que un día siguió a mi madre por la calle y murió una noche en el sofá por el tumor que lo asolaba hasta los que he recogido del corral por causas de muerte diversas, incluso me digné meter a un gatito reventado por un vespino delante del hotel en una bolsa por puro civismo –soy anormal, lo sé- , y no me causa demasiado impacto ya, quizá por la costumbre. Me parece triste, claro, y no me parece bien que se maltrate a los animales ni se les mantenga en malas condiciones, como por ejemplo, tenerlo encerrado en un piso, malcriarlo e hincharlo a galletitas, sin que pueda cazar ratones y pájaros, pasearse por los tejados o correr por un gran jardín. En esto soy muy rural.

Además, hemos tenido una o dos malas experiencias con cierta veterinaria que quiere cobrarte un pastón por “tenerlo en observación”, cuando ni sabe lo que tiene el minino, y sin pensar en que no todos podemos gastarnos dinero en un animal, puede que haya otras necesidades que cubrir o se trate de un claro abuso. Luego se muere igual y te han sacado una cantidad bastante grande, que a lo mejor necesitabas para algo más importante, y espero que no venga a ningún idiota a decir que si es tan importante como si se te muere un hijo o el abuelo, que algunos deberían aprender a distinguir; muchas veces me pasa que no me gustan esa clase de fanáticos de los perros o los gatos o las iguanas, porque me da que pondrían a su mascota por delante de cualquiera o que toda su sensibilidad la han gastado en eso, a tenor de algunas actitudes en otras cosas.

No descarto que sea un prejuicio, pero así es como les veo a veces; para mí humanos y animales están en diferentes niveles y jamás antepondría uno de los últimos a los primeros, nunca me han gustado esas chicas de atuendo monjil y mirada vidriosa con la carpeta cubierta de fotos de cachorritos y demás, en lugar de los actores o cantantes de moda.

Creo que me siguen asustando.

*Raza autóctona de la isla, perro pastor de orejas gachas de color negro de tamaño mediano, más o menos.

**Añadido 7 de febrero de 2015. Un día, después de unos pocos años me encontré en este post a una persona desconocida que me calificaba de especista, antropocéntrica y mala gente, bueno, para mala gente me falta mucho todavía, pero algo especista sí que soy. Ahora entiendo mejor que se puede apreciar a un animal más que a una persona, y me preocupa que estoy muy desensibilizada por tantas muertes de gatos como he vivido y por mi vida en entorno semirrural, en el que muchos animales son sólo útiles. Sobre lo de gastarse mucho en veterinarios, pienso que debería de haber soluciones económicas para quiénes no podemos pagar tanto, sobre todo en cuanto a prevención -castraciones y tal- porque si puedes salvar a tu mascota es una pena no poder hacerlo por impedimentos puramente económicos. 

De todas formas, borré y borraría ese comment porque no son maneras, venir aquí sin explicar nada y llamarte de todo, anda ya. 


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