lunes, 8 de mayo de 2006

QUEDA LA MÚSICA



Al final siempre llega esa canción cuya luz parece oírse. Es curioso que esto me suele pasar sobre todo con aquella música de los años cincuenta y sesenta que escuchaba cuando tenía catorce años en la radio, los fines de semana fuera del internado: andaba haciendo equilibrios sobre las sillas del salón, poniendo tenedores en los platos de la pared, para mejorar la recepción de no sé qué programa que escuchaba entonces, a fin de no perderme coma de la vida de Roy Orbison, Buddy Holly y otras horteradas que horrorizarán a mis lectores hasta el síncope.

Hace tiempo, escribí esto en un post dedicado a la, para muchos insoportable pero curiosa, conjunción de Jaime Urrutia, Bunbury, Calamaro y Loquillo, cantando a coro una composición del primero inspirada en aquellos primeros rocanroles de los cincuenta –tanto la música, como la letra y el romanticismo de cromo me remiten a ello- de los que ya nadie habla: con motivo de unos post sobre música de otras épocas en un foro de cine, he vuelto a ver una vez más que pocos parecen apreciar aquellas canciones que lo iniciarían todo, al menos en España . Si eso es así de verdad, que quede esto como muestra del grave peligro social que entrañaría instalarme un radioblog.

Encima el otro día hicieron “Grease”, y no pude evitar ver algunas escenas. Qué gran musical paródico es ese, lástima perderme mis números favoritos, como el de “Beauty School Dropout” con Frenchy teñida de rosa, escuchando los consejos de The Teen AngelFrankie Avalon ejerciendo de broma ambulante- a la pobre peluquera en ciernes. Otro que lamenté no haber visto fue a Rizzo y su “There are worse things I could do”, que sigue vigente en pleno siglo XXI, parece que las ciudades pequeñas nunca van a cambiar.

No es que tenga una gran colección de discos y sea una ex rocker con faldas de vuelo almacenadas primorosamente entre naftalinas, pero alguna vez tuve ilusión por llevarlas o por comprarme aquellos zapatos bicolor que le veía entre interferencias a Audrey Horne en Twin Peaks; la serie y su música con reminiscencias de lo que no dejaba de ser un natural homenaje de Lynch a la época en la que transcurrió parte de su infancia y adolescencia, influyeron en este gusto por lo cincuentoso. Recuerdo además una ocasión en la que salimos a pasear por Palma en alguna salida del colegio y vi una pareja rocker sentada en un banco, ella con una falda vaquera y él con su tupé, entonces me pareció algo casi milagroso, tanto que esa imagen sigue saliendo a flote de vez en cuando.

Cuando era casi una niña, y empezaba a desarrollar gustos propios, comencé a a aficionarme a este tipo de mùsica, escuchando un par de programas de radio como el arriba mencionado, comprando algunos recopilatorios y bandas sonoras –un mal vicio mío de siempre, no tengo más por falta de medios económicos- e intentando aprender todo lo posible sobre los cincuenta y principios de los sesenta, todo esto en el período comprendido entre 1988 y 1993, más o menos, año en el que empecé a salir un poco de mi mundo personal hasta entonces, en el que me dediqué a vivir en 1955 mientras a mi alrededor se sucedían Alejandro Sanz y similares, heavy y grunge casi al tiempo. Menos mal que mi hermana sí seguía las modas religiosamente, porque si no, no me hubiese enterado de nada, he de reconocer que lo que veía como “música moderna” siempre me pareció bien con las lógicas excepciones, pero no quería copiarla ni seguir la moda, ni estaba por el mundo real; vivía más en lo abstracto quizá porque así me dejaban más o menos en paz y por estar encerrada en un internado –algo muy años cincuenta, a ver qué esperaban: también podría haber salido gótica- por falta de iniciativa y de ingresos propios, si bien poco a poco fui saliendo de ese dominio ficticio en el que transcurrió mi solitaria adolescencia, en la que aún después de los dieciocho y durante un par de años, no dejé de escuchar a Julee Cruise, Chris Isaak, Roy Orbison y otras imprescindibles alegrías de la huerta en humilde casette, grabaciones propias bizarrísimas aparte.



Siempre pensé que le pasaba algo, a ver si ahora va a resultar que las llevaba por coquetería...



Eso sí, que quede claro: Roy Orbison es un grande del pop o como quieran etiquetarlo, esa voz sobrenatural, esa presencia de hombre enigmático y dolido, ese culto enfermizo a su persona trágica. Es que ya le hice un post, pero necesitaría otro más allá de “Mistery Girl”, discazo donde los haya.


Antes, en la biblioteca del pueblo, podías escuchar música con unos auriculares gigantescos que siempre se te caían; allí empecé con Elvis y los Past Masters de los Beatles, que me gustaban mucho. De aquel recopilatorio en el que un joven Presley salía recortado contra un fondo rojo, prefería sobre todo el potente “That’s all right, mama”, el clásico “Love me tender”, las historias de las impecables “She´s not you” o “The Girl of My Best Friend”, el desgarro de “Heartbreak Hotel”, la bellísima “Always on my mind” que también versionarían los Pet Shop Boys con acierto, las críticas “Suspicious Minds” o “In the ghetto”, y “Are you lonesome tonight”, que sigue erizándome el vello de la nuca cuando dice is your heart filled with pain/ shall I come back again…, o su versión de “Blue Moon”, que es de las mejores que he escuchado, sólo superada por la de Los Lobos, los aullidos de Raúl Malo también asustan.

En inútil vinilo, adquirí un par de imprescindibles greites jits allá por los quince, cuando solía ir a una tienda de discos sita en la planta subterránea de un fracasado centro comercial de mi ciudad, en la que durante años sólo ha habido un Eroski que va a trancas y barrancas y varios intentos de negocio fracasados como aquella misma tienda con sus persuasivos dependientes, por los que me dejaba guiar de forma demasiado cándida, además de ser yo, encima era una niñata. Eran un hombre y una mujer, el se parecía a Leo Johnson, el maltratador de Shelley en Twin Peaks y una vez me dijo que estaba orgulloso de haberme encontrado la BSO de “Little Shop Of Horrors” de Frank Oz en disco, otra bizarra y feliz consecuencia de mi gusto por los fifties dichosos; ella era una rubia con pinta de guiri que me contó que su hermana había desaparecido y nunca habían vuelto a verla, era algo así como una amiga, aunque para mí era “una señora mayor”. Unos años después, con ellos ocurrió lo mismo, espero que la tienda existiera de verdad…

El primero era de de Buddy Holly con y sin The Crickets, también presente en otros recopilatorios y otros soportes en mi batiburrillo-discoteca; siempre le he tenido un aprecio especial y me gusta mucho la mítica de the day the music died; verso de “American Pie” en el que su autor Don McLean se refiere al día en el que Holly falleció en un accidente de aviación junto con Richie Valens –intérprete de “La Bamba”- y The Big Bopper; he de confesar que estos dos nunca me han interesado, a pesar de que vi la película sobre el astro hispano protagonizada por Lou Diamond Phillips en su día y me gustó el tratamiento de la escena, con aquella ventisca mortal y la avioneta casi congelada al fondo, más esa moneda que decide quién vive y quién muere, nada menos. Esa historia me fascinó, y al saber que el protagonista del otro vinilo que había comprado, también estuvo a punto de subirse al avión, más todavía. Pero aún me quedan cosas por decir de Buddy.



El primer gafapasta para todos los públicos.

Le he visto como un precursor, algo así como un Roy Orbison menos oscuro y nada misterioso - en apariencia, era el prototipo de nerd de cualquier Club de Ajedrez que se precie- no sé seguro si se conocían y cantaron algo juntos o hicieron versiones el uno del otro, tengo todas aquellas historias de la radio que escuchaba cada semana con fervor cuasirreligioso un poco olvidadas, pero la redondez de sus composiciones más conocidas –la mítica “Peggy Sue”, la resentida “That’ll be the day”- o las menos, la dulce "Maybe Baby", la sencilla “Everyday”, o las muy cursis y entrañables “True love ways” y “Raining in my heart”- ,permanece intacta, por no hablar de lo decisivo de su influencia sobre la música posterior. Solía relacionarle con los Everly Brothers, aunque a estos sí que los tengo muy lejanos, ahora me parecen muy empalagosos y eso que los Beatles les citaron como influencia en su forma de cantar.

De Eddie Cochran, el otro desafortunado del rock, sigo acordándome del muy primitivo pero eficaz “C’Mon everybody” –así son muchas de estas canciones- y por supuesto, de su gran clásico “Summertime Blues”, que por cierto, este americano de los cincuenta parece más valiente que los actuales:

Gonna take two weeks, gonna have a fine vacation
Gonna take my problem to the United Nations

Well, I went to my congressman, he said, quote:
"I'd try to help you, son, but you're too young to vote"

A pesar de que tuvo su poquito de tormento, ya que no se subió al avión de Buddy por poco, acabaría muriendo con Gene Vincent en su accidente de 1960 en el que éste se quedaría cojo. La historia de Vincent, que iba completamente vestido de cuero negro -me recuerda bastante a Jaime Urrutia en su look, por cierto- cantaba el inmortal “Be-Bop-a-Lula”, es mucho peor, ya que antes de morir de una úlcera con treinta y seis años, se fue alcoholizando y hundiendo en la miseria; es curioso que los principales representantes de estos inicios del rock acabaron casi todos para el arrastre, pero no es una conspiración y tampoco lo he pensado nunca. :P

A Jerry Lee Lewis le conocí a través de la película protagonizada por Dennis Quaid y Winona Ryder, “Great Balls of Fire”: aún tengo el muy desgastado casette con la banda sonora, que tiene joyas como el hit que sirvió de título para su agitada biografía y que el viejo Jerry Lee fue capaz de mejorar hasta hacer palidecer su propio original; aún recuerdo a Alec Baldwin en la escena del concierto haciéndole señas a Quaid para que por favor no le prendiese fuego al piano, cosa que me parecía divertidísima y muy atrevida, así como de la pérdida de la virginidad de la treceañera, en la que él se enfada con ella por “seguir el ritmo” y no parecer doncella, es una de las escenas de sexo más extrañas que he visionado jamás. Naturalmente, esa circunstancia y el alcoholismo del hombre perjudicaron su carrera, aunque casarse con niñas y parientes era algo frecuente en el Sur. Lo he mirado en la imdb y el tipo aún vive, no me lo puedo creer.
Tuve que pedir un permiso especial en el internado para hacer una salida con las demás al cine, y al llegar allí, la pija marimandona de siempre se empeñó en que teníamos que ver “Este muerto está muy vivo”, por lo que la vi sola, pese a lo mucho que me criticaron, que si era insociable y rara y no sabía estar en grupo. Supongo que me pondría en plan “Tú a mí no me mandas” casi de forma inconsciente, ganándome la enemistad de otro líder natural autoerigido más, para variar; es algo que voy a llevar hasta el asilo, porque no soy pastora y no necesito un rebaño detrás para todo, como otras.

Otras canciones muy buenas de la misma cinta eran “High School Confidential”, “Whole lotta shakin’ goin’ on” o “Crazy Arms” y “That Lucky Old Sun”, que eran más bien blues, una de ellas la cantaba el propio Dennis Quaid con Jerry Lee, pero ahora mismo no dispongo de medios para comprobar cuál de las dos es. No sé ni si funcionaría.

En cuánto a recopilatorios variados, poseo tres: “Rock’n’Roll Lovesongs”, editado por Dino Entertainment en 1990, en un par de cintas pegadas la una a la otra de una manera que pocas veces he visto, “50 Rock’ N’ Rolls Inolvidables” una recopilación casposilla de Divucsa en tres cintas, las versiones de los tales Kim & The Cadillacs, eso sí que no era inolvidable… y luego ya un par de cedés, que me compraría más adelante para tener esas canciones que tanto significaron para mí en un formato más moderno y duradero: “Happy Birthday, Peggy Sue” de la MCA y la BSO de “The Wanderers”, cuya portada consiste en un durísimo pandillero con su chaqueta de cuero, su gomina y una cara de niña que te rilas, intentando una expresión amenazadora que siempre me ha dado mucha risa, por lo poco convincente y lo hortera, pero es muy entrañable de todos modos.



De entre todas esas canciones, solía escuchar sobre todo el “Blue Velvet” de Bobby Vinton, que ya siempre irá ligada a “Terciopelo Azul” de Lynch, la versión original de “Tears on my pillow”, de Little Anthony, “Breaking up is hard to do” de Neil Sedaka, llena de onomatopeyas y especialmente ridícula, “Something’s gotta hold of my heart”, de Gene Pitney, que a pesar de ser muy exagerada, tiene una letra muy hermosa y trabajada, en un conjunto que me sigue estremeciendo, aún hoy día: no me extraña que Marc Almond se interesara en los noventa por hacer una versión. Recuerdo cuando escuché esa canción por primera vez, un viernes en el minibús, antes de irnos el fin de semana a casa, con las pequeñas de uniforme saliendo en tropel del colegio, ese día me hice la insólita promesa de que un día quería sentirme como la persona que cantaba aquella canción tan viva. Y en cierto modo, así ha sido.

“Poetry in motion” de Johnny Tillotson es muy tonta pero es muy graciosa, “Donna” de Richie Valens, que en la película de su vida se la canta a su novia por teléfono, la quemadísima “I’m sorry” de Brenda Lee, que tenia una voz excepcional, “Since I don’t have you” de Skyliners, una canción que jamás podía esperar ver reinterpretada por los mismísimos Guns’n’Roses y encima con Gary Oldman haciendo de un particular barquero demoníaco que paseaba a Axl por el Infierno en el videoclip. Esa sí que fue buena, tanto la sorpresa como la versión.
Otras sueltas que también están muy bien, son los twists de Chubby Checker, que siempre me han encantado, “Blueberry Hill” de Fats Domino -me gustó mucho como la usó Terry Gilliam en “Doce Monos”- , “The lion sleeps tonight” de The Tokens, que en realidad sería una canción africana esquilmada a una tribu, pero es maravillosa igual, la dulce “Dreamin’” de Johnny Burnette, la buenísima “Suzie Q” de Dale Hawkins y hasta “Young Love” de Tab Hunter, que tiene su gracia para estar cantada por un actor.

En el programa de radio que escuchaba eran muy críticos con cierto tipo de cantantes que eran “teen idols”, y que se suponía que no eran genuinos rockeros y cantaban para las adolescentes, con un estilo más domesticado: uno de estos supuestos guaperas insustanciales era Ricky Nelson, y también la excepción. Tengo algunas canciones suyas, y considero que tenían razón en eso, sobre todo por “Lonesome Town”, que es preciosa: recuerdo que intenté usarla para impresionar a un chico que me gustaba, escribí la letra en la parte posterior de un folleto de propaganda y me la llevé en el bolsillo del abrigo un sábado por la noche, pero el tipo volvió a pasar de mí una vez más, ese día abandoné la caza y digamos, que esa canción me recuerda ese y otros momentos similares.


In the town of broken dreams, 
The streets are filled with regret. 
Maybe down in Lonesome Town, 
I can learn to forget.

Otros que también eran muy buenos eran los Dion & The Belmonts originales, que eran un grupo vocal italoamericano y cantaban estupendamente, si bien siempre he preferido “Runaround Sue” a “The Wanderer”, que según las historias, parece que sean las dos caras enfrentadas de la misma moneda, eso sí, la chica es vista de forma negativa y el chico de forma positiva, menos mal que la música y la interpretación son una pasada y debemos tener en cuenta la época pastelosa y llena de conveniencias en la que fueron escritas.

Concluyendo, no me considero una experta, y me he dejado adrede el soul y otros grupos antiguos para la época, que escuchaba, para que el mamotreto no fuera a más, pero he de reconocer que jamás he escuchado nada como estas canciones; me causan una sensación parecida al cine mudo, como si formaran parte ya de otro mundo, de algo que desapareció hace mucho tiempo. No me extraña que muchas veces sean usadas en películas de terror o en los episodios de Halloween de series de tv diversas, dan mucho juego en ese sentido, para ilustrar tragedias en institutos y antiguos vecindarios.


También cuenta que se trata de la primera música que escuché en serio, de la que más me llegó en aquel momento, en el que yo vivía en una cierta represión general debida a la sobreprotección de mis padres y a una falta de iniciativa que no paraban de morderse la cola: muchas de estas canciones tan básicas, como ha quedado patente, están conectadas con vivencias de mi adolescencia y con el mundo que creé para mí entonces, que tampoco es que lo eche de menos, sólo puedo verlo con ternura desde aquí; aunque no fuera a fiestas, no bebiese, no ligase, no protagonizase pasadas varias, creo que fue un comienzo singular, que no debo pensar que perdí esos años, de algún modo.

Descubrir una música como esta y disfrutarla no puede ser definido como “perder”, por ejemplo.




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