lunes, 23 de enero de 2006

LUCES DEL NORTE



BILBO



Sí, Manostijeras era un apellido vasco.


La última persona a la que esperaba encontrarme en la puerta de un vuelo Palma-Bilbao, llena de alemanes que volvían a su Oktoberfest, me reconoció y se acercó a saludarme: se trataba de uno de esos inalcanzables guapos oficiales de la clase, algo ajado por los años; seguía siendo un jevi taciturno de impactantes ojos azules, pero lo que yo recordaba como una pluscuamperfecta melena rubia de surfero australiano había quedado en unas greñas opacas y con tanta electricidad estática como mis pelos guays.
Mi conexión con este tipo era tan tenue como que salió un muy breve período con una de las amigas que tenía entonces, un facsímil granadino de Yvonne Reyes. Jamás me dirigió la palabra, ni viceversa, y creo recordar que una noche, en un bar del pueblo en el que cursé parte de mis estudios secundarios, sus amigos me llamaban por mi apellido y luego se hacían los suecos. Como no veía mucho en ese pub, no podría asegurarlo, pero recuerdo que no me cortaba en mirar demasiado a menudo a uno de su corte que se parecía al agente Cooper, y ese sí que estaba.
Una vez me lo crucé de frente y creo que se sonreiría porque me había pintado mal los labios para ir a clase, en una más de mis torpes tentativas de coquetería cotidiana, una imagen que solía y suele acudir a mi mente porque fue una de esas ocasiones en las que me hallo espantada ante la perspectiva de saludar a un conocido, sin saber muy bien por qué. Esa vez tampoco dije nada y me fui a toda prisa.

Resultó que él también iba a ver a su novia a Bilbao, así que nos pusimos al corriente de las vicisitudes de los compañeros que teníamos en común: se quedó de piedra cuando le dije que la mejor amiga de Yvonne ya tenía un niño de un año, y si bien pienso que fui algo pesada, siempre hablo demasiado y luego me entran remordimientos, creo que le pareció algo abrupto que cortara la conversación y me despidiera sin más, para ir a sentarme en mi asiento numerado del avión. También pienso que su expresión se debía a la típica sorpresa que experimenta todo el que me recuerda como una silenciosa friki vestida a lo grunge más por necesidad que por gusto, dedicada a escribir repartos de series en el recreo y cuyas emocionantísimas pellas consistían en leer libros y revistas de cine en el bar, comiendo croquetas y ensaladilla, oyendo a las pijas anoréxicas diciendo “Hay que ver como te cuidas”. En estos casos, no sé qué es peor, si lo de “Estás igual” o lo de “Te veo bien”…y con esa ya van tres veces en un año, qué viejas estamos.

Al ser la compañía germana, resultó que las azafatas no hablaban español y eran más estrictas que las de aquí –me obligaron a meter hasta mi bolso pequeño en el compartimento- , pero te daban unos canapés muy buenos (uno era de queso de Brie) con una bebida, y gratis. También había un mapa en la pantalla de vídeo por el que avanzaba un avioncito que te indicaba por donde íbamos, así que acabé por quedarme dormida hasta que estuvimos muy cerca de nuestro destino; pude ver como el avión entraba en el mar para dar la vuelta y aterrizar en un pequeño aeropuerto que ya tenía su poquito de verde, como casi todo en el Norte.
El vuelo del Capitán se retrasó y esperé en una terminal semidesierta durante unas horas, en las que un posible bakaladero de gala se puso flamenco al ver que el vuelo no llegaba, dando golpes en un banco ante la vergüenza de su novia, y una ancianita impaciente tropezó con mis maletas; suerte que la cogí al vuelo sin saber ni cómo y me ahorré un problema, hasta me dió las gracias. Luego cogimos un taxi hasta el hotel, sito más o menos por la zona de la Basílica de Begoña, y resultó que el conductor tenía casa en Granada, nos informó de ello al oír una referencia de Isabelo. La primera noche, la cena ya nos costó lo suyo, pero ese sólo era el principio del Extraño Caso de los Restaurantes de Menú Desaparecidos.

Al día siguiente habíamos quedado con el Sr. Vejete en persona, que no sólo resultó ser Un Entrañable Anciano, sino un tipo entre franco y majo, aunque el pobre hombre no supiera mucho de la villa y el Capitán estuviera cada dos por tres increpándole con su cantinela de “Vaya un bilbaíno que estás hecho”, si bien luego se ponían a hablar de juegos on-line y todo quedaba olvidado. Lo peor fue la vez que me creí que estaban enumerando algunos de los pueblecitos situados en los alrededores de Bilbao y en realidad estaban hablando de siniestros parajes del WoW…^__^U

Primero fuimos a Santurce, en las primeras horas de lo que llegaría a ser un anómalo día de otoño de veintisiete grados: nuestra primera semana en el Norte transcurriría en un desconcertante veranillo truncado por lluvias inoportunas, que en ese primer día me hizo lamentar haberme calzado un jersey de cuello vuelto y no una falda arremangada, por ejemplo. Eso sí, me gustó mucho cruzar la ría con una especie de autobús suspendido sobre ella, algo así como un ferry pequeñito; comimos en un restaurante del puerto –pedí txangurro, que era el plato típico de San Sebastián, más bien- preguntamos al Abuelo sobre un barco que estaba como de adorno, por el típico paseo marítimo de farolas blancas, y sobre un hotel raro con una casa antigua dentro; cómo no lo sabía provocó las primeras iras del Sr. Cocoa, turista alemán exigente donde los haya cuando se pone. Cómo había sido tan barato, llamamos a Telepizza, algo que nos veríamos obligados a hacer más veces de las que nos hubiese gustado.

Al día siguiente quedamos con mi mejor amigo por carta, que responde al muy corriente nombre de Mikel, por lo que no es necesario ponerle seudónimo alguno: nos hemos escrito durante casi una década debido a una pregunta que hice en la Rock de Lux en mis años mozos sobre una banda sonora ignota, mencionando de pasada a David Lynch -cómo no- y es uno de los miembros del fanzine sobre Twin Peaks en el que estuve, amén de formar parte de mi exiguo messenger, siendo alguien a quién debía una visita desde hacía mucho tiempo; quedamos en la plaza Moyua y fuimos a tomar un café con él y su novia gallega; nos enseñaron la catedral, extraño lugar con más hologramas que santos y trataron de enseñarnos lugares baratos para comer que no recordaríamos hasta nuestra última noche en la ciudad, y no precisamente para bien. Habríamos quedado otro día más con ellos, pero circunstancias familiares de mi amigo lo impidieron, una lástima, y encima no llegamos a hacernos ninguna afoto que guardar como un tesoro, ya que no creo que me vuelva a pasar por allí en mucho tiempo, por desgracia.

Por la mañana, buscando un restaurante chino que finalmente encontramos –suerte que no buscamos un italiano, algo que no encontramos jamás, aunque el Sr. Vejete afirmaba conocer uno en Algorta- nos habíamos metido de forma muy imprudente en una larguísima calle, San Francisco se llamaba , que a medida que fueron apareciendo parejas trapicheando, yonquis hablando solos, chicas de vida alegre y unos ertzainas al final nos dimos cuenta de que habíamos tenido mucha suerte o como dijo alguien, eso es el Capitán, que tiene cara de facineroso. Mikel no se explicaba cómo ni nos habían pedido nada.

No sé que tendrían las Highlands españolas, pero el infalible GPS biológico de Isabelo parecía averiado sin remedio, era quedarnos sin compañía de oriundos y no poder salir de una determinada zona sin confundirnos, y encima no encontrar los habituales restaurantes asequibles; tanto era así que el pobre se pasó la semana maldiciendo Vizcaya y todo lo demás hasta culminar en la sentencia “Mari Francis, la próxima vez no pasamos de Despeñaperros”. Digo yo que podría haber funcionado el mío a cambio, pero me da que ni siquiera tengo :P

Además, esa misma noche llovió y tuvimos que volver a pedir pizza con americanadas. Ecs.

Al tercer día , y como compensación cósmica, encontramos un argentino barato y fuimos a un centro comercial –es entrar en uno y ya no sabes ni si estás en España- a ver “El secreto de los Hermanos Grimm” de Terry Gilliam, divertimento de mi elección muy de mi gusto por encima de la media con unos Heath Ledger y Matt Damon muy expresivos y eficaces.

Volvimos a citarnos con UEA para ver el Guggenheim, por dentro y por fuera; siento tener que decir que es mejor por fuera, sobre todo el perro mutante con florecitas de Jeff Koons; mi madre me dijo por teléfono que tuviésemos cuidado, a ver si nos iba a comer…en los chistes ha salido a mí, que se le va a hacer.
Por dentro lo que hay es mucho presunto abstracto del que no tuvimos más remedio que empezar a reírnos de forma irreverente, aunque fuéramos acompañados de un estudiante de Bellas Artes: al menos los laberintos escultóricos de Richard Serra fueron entretenidos; a una señora catalana la pusieron nerviosa y empezó a hablar en catalán y a pedir disculpas porque le salía así, por lo que no pude resistir la tentación de ser amable y le dije “No se preocupi senyora, que jo la entenc”* y me estuvo contando algo sobre que si “Això sembla un conte y nosaltres la Caputxeta”**.
A continuación, El Capitán y yo logramos hallar un restaurante que ya veríamos que era barato sólo de día, aunque estaba todo muy bueno; se llamaba La Masia , algo bastante catalán, curiosamente.
Por la tarde, nos metimos en un irlandés nuevamente con el Sr. Vejete y se habló de cosas y juegos on-line, mientras ellos tomaban cerveza y yo Bailey´s para no desentonar, no me gusta pedir martinis en las cervecerías más o menos célticas, me parece hacerles un feo. Luego fuimos todos a cenar a un café algunos pintxos y uno de esos platos combinados del norte en los que siempre hay unos pimientos rojos. Para que luego hable tanto Arguiñano del perejil.

El día de mi treinta y un cumpleaños, aparte de sufrir el tormento de que el Sr. Cocoa la tomase conmigo y no dejase de retarme a elegir entre Bilbao y San Sebastián delante de su autóctono amigo, nos paseamos por la muy cinematográfica Donostia, con el paseo de la playa de La Concha vacío de starlettes y directores babeantes y un cielo gris con sus lloviznas intermitentes, como debe ser; además encontramos por fin un italiano, y en general me pareció que era como una especie de Palma más amplia, e imagino que más grande, aunque no estoy muy segura de eso: en el bar en el que nos tomamos un café mi madre me llamó al móvil y me cantó el Feliz, feliz en tu día a su manera; supongo que en las Islas se desencadenaría una tormenta eléctrica debido a una osadía más de nuestro particular Bardo Asuranceturix.
Por la noche cometeríamos el craso error, y nunca mejor dicho, de volver a cenar a La Masia, que estaba petada de pijos de cierta edad; imagino que debimos fijarnos en ese detalle y meternos en el Burriking o realizar un saludable ayuno.

Cómo autocastigo por los excesos de la noche anterior, comimos en un chino y nos estuvimos paseando por un parque con patos, muy similar a uno que encontraríamos en Oviedo, visionando luego una elección del Capitán; “La vida por delante” con Jennifer López , Robert Redford y Morgan Freeman; este telefilm de sobremesa que glosaba la vida sencilla en un pueblo de mala muerte lleno de vaqueros trasnochados sería motivo de discusión todo el viaje, con el Capitán empeñado en que era “la gran epopeya de Wyoming” y yo diciendo que me seguía gustando más el Gilliam , aunque fuese muy parcial por mi parte.
Era nuestro último día en la ciudad, así que volvimos a molestar al pobre UEA para que nos enseñara una Herriko Taberna de pasada, y hacer una última cena en la que no nos engañemos, seguramente se habló de juegos on-line y cosas.

Lo mejor, aparte de los lugareños que tan amablemente nos guiaron a su manera y los ascensores que bajaban a calle con su revisor y todo (¡!), fue la curiosa belleza oxidada de la ciudad, en la que el Guggenheim brilla como una joya.

Lo peor, el camarero del último bar en el que cenamos, que nos cogió manía a mí y al señor Vejete y aún no sabemos por qué; es posible que tuviera más que ver con un mal día suyo que con nada, aunque se amilanó enseguida al ver venir al Capitán. Va a ser verdad que tiene cara de tipo peligroso. Con la de pintxos que le pedimos y encima se enfada, ni que fuésemos hooligans que piden patatas fritas para siete.




UVIEU



En un agradable reinicio de viaje, nos montamos en un bus alucinante que parecía un avión, con azafata, bombones Trapa, un sandwich de tortilla gratis que rechazamos pensando que no llegaríamos tan avanzada la tarde, y una comedia romántica que yo no quise escuchar a pesar de la insistencia del Capitán, la medio vi sin sonido, era algo para pijas con Kate Hudson y el novio de Pe, preferí escuchar adormecedoras cancioncillas pop para pasar las tres o cuatro horas de praos y vacas hasta llegar a una lluviosa Vetusta: sólo cuadraban The Corrs, claro.

Llegamos a un hotel un poco más humilde que el anterior -es decir, sin baños con paredes transparentes situados en el centro de la habitación pero con una cafetería asequible- y dejamos las maletas; nos fuimos a merendar algo, y más tarde salimos de nuevo para ir a cenar; nos dimos un paseo por el Bulevar de la Sidra y cenamos en un restaurante increíblemente vacío, para lo bueno que resultó ser: La Gran Tasca. Lo recomiendo, que el pobre hombre no tiene apenas nadie a cenar y no se lo merece.

Nos levantamos para hacer un primer reconocimiento de Oviedo y hacernos algunas fotos más adelante, no como en los Países Vascos, que nos olvidamos la cámara en varias ocasiones cruciales: es posible que ese día desayunáramos, algo que ya casi nunca hacemos en los viajes. Luego fuimos a un italiano, no nos pudimos contener; ya habíamos estado mirando folletos en el hotel, escarmentados por nuestra anterior falta de previsión, si bien en esta ciudad el Capitán recuperaría todo su esplendor direccional al instante. Comí pasta con salsa de oricios, que tuve que preguntar que eran y al parecer son erizos de mar, así que acepté el reto, me supieron poco y no volví a pedir nada con ellos.

Al día siguiente, al pobre señor Cocoa le cayeron veintiocho años encima, así que fuimos a ver el Burton de la temporada para rejuvenecernos, “Charlie y la Fábrica de Chocolate”; una adaptación digna y entrañable, que iba más en serio y era más siniestra que otra que yo me sé y que me gustaría ver en inglés para escuchar las cancioncillas originales del pigmeo repetido; bonitos efectos especiales, hilarante Johnny Depp y gran traslación de los problemas específicos de los niños insoportables a la actualidad, ahora que la excepción son los Charlies, que estarán sufriendo bullying día sí y día también. Este es mi Burton, que ya vi que había vuelto en “Big Fish”. Otro día vimos “Batman Begins” que sí, está muy bien hecha por nada menos que Christopher Nolan y el Bale no es mal “Batman”, aunque a este monstruo le puedes echar el personaje que sea, que lo fagocita y lo borda, pero no es mi rollo.

En los siguientes días, nos dedicamos a visitar la ciudad; al lado de la catedral, escuchamos una conversación apocalíptica entre una monja y una joven milenarista que le preguntaba por el significado del Fin de los Tiempos. Por un momento creí que iba a doblar la esquina el Padre Karras.
Entramos también en ella , pero no permitían hacer fotos; otra vez me pareció más “vacía” que la de Palma; está visto que en La Seu se acumulan toda clase de cosillas, un día de estos viene el Hancock a un "Todo Incluido" con su familia y se encuentra el Arca Perdida.

Woody Allen tenía las gafas rotas, y por eso tuvimos que esperar a que un técnico se las arreglara para hacernos estas fotos. Se nota que el hombre ya está lento de reflejos, pues no nos metió mano a ninguno de los dos***:




Como somos tan oportunos, nos encontramos con que en nuestro último fin de semana en la ciudad venían Fernando Alonso y el Príncipe a entregar sus premios, si bien esto no supuso el problema que se podría preveer. Nos quedamos en el hotel , ya que antes de Fernando I tampoco me interesaba la Fórmula Uno; creo que había camisetas así, pero hubiera sido como irse a Salamanca y pedir un café en catalán estándar.

Vi algunas muestras de lengua astur que me interesaron en carteles de la calle: “Manifestamiento”, “Llibertá para Fer”, si lo recuerdo más o menos bien.
Otra de las anécdotas sobresalientes que nos ocurrieron fue que un vagabundo tronado se interesó por el Capitán al oírle hablar, pues su madre también era granadina. Nos enseñó su tatuaje de la legión, nos deseó suerte y siguió con sus lecciones de artes marciales dirigidas a nadie en particular. Hasta esa noche no vislumbré la efigie de La Regenta en medio de la plaza, pero ya era tarde para hacerse una foto.

El último día completo, ya que debíamos madrugar para coger un taxi y llegar a tiempo para el vuelo del Sr. Cocoa al aeropuerto, sito entre Gijón y Oviedo, conseguimos comer en el “Tierra Astur”, típico restaurante sidrería asturiano en el que nos colamos milagrosamente en un día como ese, lleno de admiradores de Alonso venidos de todas partes, a base de ir a comer pronto. Fueron muy buenos tanto la tabla de embutidos ibéricos como la cara que se les quedó al trío de alicantinos, dos chicos y una chica, a los que les trajeron algo así como una puerta llena de quesos y cosas, que no sabían ni por dónde empezar.

Lo mejor, la maravillosa tarta de queso, la sidra, el verde tan presente en todas partes, las terrazas climatizadas –una tarde fuimos a merendar a La Mallorquina- , aquel parque con las meninas de piedra una tras otra, la Tienda del Espía (¿?) y la comida; lo siento mucho, pero creo que prefiero Asturias.

Lo peor, la aglomeración de monárquicos y fans del motor, perderme la polémica de Mari Pau Janer criticada por Juan Marsé, y la larga espera solitaria entre dos aeropuertos leyendo entero el último libro de la Grandes, “Estaciones de paso”, del que sólo recuerdo un cuento luminoso sobre un abuelo que confeccionaba trajes de torero y un relato que me produjo sensaciones encontradas por lo mal que me cayó el personaje de la adolescente fatal a la que ninguno parece poder resistirse; sólo me falta releer “Te llamaré Viernes”, que por desgracia no se encuentra en la biblioteca de mi pueblo.
Me había propuesto escribir un post sobre esta autora, y desde que cerré este último libro, he estado pensando que voy a ser mucho más crítica de lo que cabría esperar de una acérrima, a ratos hasta pienso que Almudena se pasa con sus excusas de dejarse llevar por la pasión pase lo que pase, de hablar tanto de personas auténticas y no auténticas, de algunas concepciones maniqueas y pueriles, hasta es un poco machista, casi se me antoja una versión femenina de Pérez-Reverte.

Como es natural, todas estas divagaciones pseudoliterarias me distrajeron un rato de mis melancolías, que no eran tantas como de costumbre , ya que se preveía al menos un viaje más antes del definitivo en el que nos bajaremos en Atocha.


*No se preocupe, señora, que yo la entiendo.

**Esto es como un cuento y nosotros, Caperucita.

***8 de febrero de 2015. Qué raro esto ahora...



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