domingo, 9 de octubre de 2005

ROLLO SOBRE MARTÍN GAITE RELOADED




*Este texto fue posteado originalmente en mi foro de cine, con motivo de una discusión acerca de si ella era la mejor escritora del mundo o no, y si había sido ninguneada por ser mujer: el show lo inició un forero, con "o" , despreciando por igual a la Etxe y a la Grandes, metiéndolas en el mismo saco. No lo podía permitir -la Etxe puede ser un engendro, pero Almudena al menos llega a resultona- pero debía informarme, así que me leí sus cuentos completos y me curré este análisis, al que nadie repuso nada, excepto algunos emoticonos aludiendo a su densidad y longitud.

Este foro fue hackeado hace unos meses, por lo que este tocho ya no se encuentra allí, así que lo pongo para que no se pierda, y para amenizar la espera mientras mis neuronas se asientan tras terminar por fin en el hotel. A la vuelta de mis particulares vacaciones, espero retomar este blog con fuerzas renovadas.

Por cierto, si alguien me regalase una toalla azul eléctrico* será asesinado antes o después. Quedan advertidos.

Finalmente, entre deberes y distracciones variadas de todo tipo, logré acabar los “Cuentos Completos ( y un monólogo)” de Carmen Martín Gaite, y siento tener que comunicar que el balance es irregular. Empezaré por el único de los diecisiete relatos que prefiero claramente sobre los otros, “La chica de abajo”, destacaré el fragmento concreto que me ha gustado:


“(…) Cecilia decía que en las estrellas viven las hadas, que nunca envejecen. Que las estrellas son mundos pequeños del tamaño del cuarto de armarios, poco más o menos, y que tienen la forma de una carroza. Cada hada guía su estrella cogiéndola por las riendas y la hace galopar y galopar por el cielo, que es una inmensa pradera azul. Las hadas viven recostadas en su carroza entre flores de brillo de plata, entre flecos y serpentinas de plata, y ninguna tiene envidia de las demás. Se hablan unas a otras, y cuando hablan o cantan sus canciones les sale de la boca un vaho de luz de plata que se enreda y difunde por todas las estrellas como una lluvia de azúcar migadito, y se ve desde la tierra en noches muy claras. Algunas veces, si se mira a una estrella fijamente, pidiéndole una cosa, la estrella se cae, y es el que el hada ha bajado a la tierra a ayudarnos. Cuando las hadas bajan a la tierra se disfrazan de viejecitas, porque si no la gente las miraría mucho y creería que eran del circo.”

Se ve que se le da bien la fantasía, con esos toques de ironía ingenua, como lo de que si creerían que eran del circo, que son muy entrañables, parece que conoce muy bien el funcionamiento de la mente infantil; me recuerda a mis propias fantasías de niña sobre el tema, que era así de repollo con lazo, pero confío en que el delito habrá prescrito a estas alturas. Vamos, seguro que sus libros en torno a cuentos de hadas me gustarían más…quizá sean los próximos, aunque miedo me da leer “Entre visillos”, que la mula me lo trajo ya hace semanas.

Otro fragmento a destacar:

“(…) Paca la de abajo, sí señor; Paca la de abajo, la hija de la portera. ¿Y qué? ¿pasaba algo con eso? Vivía abajo, pero no estaba debajo de nadie. Tenía sus apellidos, se llamaba Francisca Fernández Barbero, tenía su madre y su casa, con un rayo de sol por las mañanas; tenía su oficio y su vida; suyos, no prestados, no regalados por otro. No necesitaba de nadie; si subía a las casas de los otros era porque tenía esa obligación”

Claro, la niña pobre se llama Paca…no pude evitar sentir un ligero agravio, a pesar de ser consciente de que quizá al bautizar así al personaje, usando el diminutivo más basto, -seguramente si fuera la rica se haría llamar Fanny o alguna cursilada que le disfrazase lo rústico del nombre- la autora pretendía remarcar lo humilde del entorno de la niña. Además, este detalle me trajo el recuerdo de mi cuento favorito de todos los tiempos sobre aquel proceso de transición de la infancia a la adolescencia que parece haberse perdido para siempre, desaparecido en estos tiempos veloces en que a los doce años te plantas en los quince de repente: “Frankie y la boda” de Carson McCullers, que es para mí la historia que mejor ha retratado esa tierra de nadie en la que no sé es ya niña pero tampoco mujer, ni siquiera jovencita. En este cuento también sale la foto de ese incierto país, aunque más gris y austera que en el Profundo Sur, claro.

Y no sólo se trata de que ambas protagonistas compartan nombre y edad, sino todo el relato, que de la impresión de hablar de la decepción primera que hemos de pasar todos, cuando descubrimos que no todo es posible ni tal como pensábamos que era, aunque no por ello necesariamente malo, ya que por ejemplo, aquí la niña descubre que hay un chico interesado en ella, si bien de esa forma dudosa que presagia nuevas decepciones, que empieza la niña ya a desvanecerse del todo, como las hadas estelares de su amiga.
En el segundo fragmento destacado hay una frase que me gusta mucho y es esa conclusión de la chica, de que ella no es menos por tener menos ni se merece ese desprecio inconsciente de la amiga, aprisionada por su entorno inmediato, y del que quizá se arrepientan ambas en el futuro, cuando vean lo que realmente ha sucedido; que no es sino que han tomado caminos distintos, por no haber podido superar sus respectivas influencias: me gusta la crítica implícita a la comodidad de algunos en eso de “no prestado, no regalado”, refiriéndose a que la vida de los pobres es suya, es curioso, pero muchas veces tienen más libertad de movimientos que un rico que teme perder su posición o su estatus. En aquella época, al ser las diferencias más notorias, esta crítica sería más fácil de aplicar, ahora sería aplicable sólo en ciertos casos, puesto que la mayoría de españoles ya no viven en la precariedad de la Posguerra.

En general, este cuento sí me ha gustado mucho, pero no ocurre lo mismo con los otros, que iré citando por orden de decepción, desde el ligero disgusto a la clara insatisfacción:


“La mujer de cera” me recordó a un volumen de cuentos fantásticos de terror españoles que me leí una vez: sinceramente, me parece mejor que todos aquellos relatos de “El castillo del Espectro” juntos, que ya se sabe que quién hacía mejor estas cosas era Bécquer, sobre todo por el detalle horriblemente convincente de la mujer desquiciada que se encuentra el protagonista por todas partes, no se sabe si en su delirio, al ver que su mujer le ha abandonado o si realmente es perseguido por una asesina de niños que al final resulta ser irreal, pero no por ello menos inexplicable el cómo ha llegado hasta él, ni porqué le persigue esa imagen: tiene una atmósfera inquietante muy conseguida, inscrita en un ámbito sórdido que hace presagiar algún tipo de relato más social, si bien acabó pareciéndome una alegoría del temor de los hombres a depender de las mujeres, y no al revés, cómo les gustaría a algunos. Este estaba bien, la verdad.

“Tendrá que volver” sufrió el ir justo antes que “La chica de abajo”, aparte que el relato del niño enfermo aislado en su habitación, víctima de sus propias imaginaciones, es ya un clásico cuya máxima expresión sería aquel “De Profundis” de Walter Delamare, un cuento en el que en apariencia no llega a ocurrir nada pero deja el ánimo absurdamente inquieto: no fue por ese recuerdo sublime, pero algo en el relato de un pobre niño aislado por la monstruosa sobreprotección de sus padres, intuí que por ser diferente y por tanto “estar enfermo”, me pareció demasiado evidente.


“Las ataduras” que era de un palo más realista, me pareció muy agudo en su observación de la vida en el pueblo contrastada con la vida en la ciudad, aunque Carmen, hija, ya se nota ya que a ti te gusta más el pueblo, picarona.

Mientras lo leía, trataba de ver los puntos negativos de todas esas fiestas en un pueblo gallego, si bien entiendo que no se puede descontextualizar: entonces no había televisión ni medios apenas, y la gente se entretenía de otro modo, así que algo que a mí me asquea como unas fiestas de pueblo con toda su carga de hipocresía actual, era algo más honesto y más sano. Si bien todo era más represivo y más limitado, de ahí que la chica, por lista que sea, acabe enredada con el tal Philippe y luego se arrepienta por haber decepcionado a sus padres, quizá incluso piense que debió quedarse en el pueblo con su amigo. No sé qué pensar del amor casi incestuoso del padre por la hija, quizá soy demasiado malpensada o demasiado moderna, pero me gustó mucho el personaje del abuelo, que ha viajado tanto y al que tan mal le sabe morirse. A veces me gustaría tener abuelos, para preguntarles cosas, o hablarles lo que quisieran.

Los demás no me gustaron demasiado, la verdad, incluso algunos me parecieron francamente malos, como “El balneario” que casi me quedo dormida, y “Tarde de tedio” que un poco más y es una historia real de la Pronto, que salia Jackie Onassis y todo: parece que cuando no se trata de sus tiempos, digamos, le resulta más difícil ser convincente, hasta me pareció escrito con desgana.

En este primer contacto con la Gaite, de momento no me parece un genio tan indiscutible como vosotros decís, me parece al nivel de gente como Delibes o Ana María Matute, que tanto “El camino” como “Primera memoria” los recuerdo similares o incluso mejores, claro que eso son novelas y no relatos, quizá debería releerlos cuando haya terminado con “Entre visillos”, para asegurarlo con propiedad.


*Añadido 8 de febrero de 2015. Azul eléctrico era el color de las toallas de la piscina y el spa del hotel en el que trabajé medio verano de 2005.


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