miércoles, 20 de julio de 2005

SÓLO DIEZ DÍAS MÁS





Hoy en los suburbios celestes 
te invita en el peor antro 
a unos vinos el Durruti. 
Un Seat 124 
te espera en la salida 
con el motor encendido. 
Tocan trompetas divinas 
una canción de los Chichos.

Ismael Serrano, “Elegía”, Naves ardiendo más allá de Orión.



Durante mi retorno a tierras nazaríes, el anuncio del nuevo disco de este tan denostado cantautor –comprendo que a algunos les sea muy difícil perdonarle el haber devenido en clon descafeinado de Serrat, sobre todo formalmente- aparecía con calculada frecuencia en el receptor de una anónima habitación de hotel más; al ir llegando al humilde barrio del señor Cocoa, o al verlo de pasada, no podía dejar de admirar aquel aparente rasgo de genialidad surgido de entre el marketing, aquel zafiro perdido en una curiosa balada que juega con la Mítica del Perdedor glosada desde fuera, es decir, sentado en un sofá escuchando a Los Chichos y pensando que la vida que llevaban era romántica, como si fueran bandoleros de la Sierra:

En los suburbios celestes

Lo sé. Es Ismael Serrano, carne fácil de los Cuarenta y presunto progre oportunista de pega, pero ahora ya no estoy tan segura de todo eso. Con esa certera frase definió todo un concepto del espacio-tiempo, el de los que miramos entre los chalets de los pijos o los edificios desconchados para escapar por un retazo de gris o de azul, sentados en el autobús que nos lleva al hotel o eternizados en el asiento del copiloto, pensando que así es como nos sentimos en su barrio, a pesar de no poder dejar de notar la degradación de una urbanización que hace mucho tiempo que dejó de estar de moda; un desolado paraíso periférico de asfalto, equivalente urbano de la ciudad costera sin personalidad propia, vendida a la especulación ajena. En esos descampados también crecen flores raras, entre los cardos y las amapolas.

Quizá hace demasiadas semanas que empecé los dos párrafos de arriba –si bien he ido corrigiéndolos de vez en cuando- y ahora vea un prólogo entre cursi y pretencioso, pero me sigue gustando tal como está y lo dejaremos así; para que ardan aún con más fuerza los ánimos y las teas de la clásica turba a las puertas de tu castillo de Frankenstein, les diré que no conformándome con bajarme “Elegía” en el más absoluto secreto, me agencié también “Tierna y dulce historia de amor”, historia de un político que pierde la cabeza por amor a una quinceañera que solía escuchar varias veces a lo largo de una misma noche, en un tronado radio-despertador, durante todas aquellas madrugadas solitarias escribiendo cartas. Me encanta eso de estoy perdido/ me echarán del partido, no paro de imaginarme a Pinocho de las Españas con el flequillo deshecho, en pos de una okupita con rastas y bongos.
En el aeropuerto, del que visité otra vez la parte antigua, la única novedad eran unas agoreras señoras de la limpieza que le decían a uno en tono jocoso “Quién tiene un tío en Graná ni tiene tío ni tiene ná”…sospecho que las miré inexplicablemente indignada.
Al bajar la escalerilla en la siguiente terminal, me encontré con que el medio de transporte concedido al Departamento Socialista de Fenómenos Paranormales consistía en un utilitario de segunda mano, bautizado como Ford Gitano debido a su comatoso estado, próximo al desguace. Además, sólo disponíamos de una cinta de Extremoduro, aunque en posteriores conversaciones con el hermano mayor de Isabelo descubrí que al parecer había más cintas poperas –Los Planetas y demás- que me habían sido vilmente escamoteadas por el macarrilla de Don Cocoa, que no podía soportar la idea de que nos confundieran con un par de gafapastas. Y pensar que luego volvimos al Bohemia y al Anaïs…es una suerte que jamás asistiéramos a esa muestra de poesía catalana, me pregunto a cuanto listo plagiario habríamos pillado, creyéndose rodeado únicamente de castellanohablantes.

Tras una conversación en uno de dichos cafés literarios, el Capitán decidió probar a ser mi profesor de autoescuela, por lo que me llevó a un solar cercano a su barrio en el que se confirmó que conducir no era tan difícil, aunque parece ser que tengo tendencia a apretar el acelerador en exceso. Casualmente, un coche patrulla se paseaba por allí, vigilando el lugar, en el que habia alguna que otra pandilla de jóvenes charlando, y al ver que el coche daba un pequeño bote debido a un brusco frenazo por mi parte, sobresaltada al notar la presencia policial, se pusieron a nuestra altura y el benemérito conductor abrió la ventanilla y sacó la cabeza, para soltarme un burlón “Cuidadito eeeh…”, tras lo cual pudimos volver sanos y salvos al hotel, si bien el malvado Cocoa me estuvo amenazando con nuevas clases todo el viaje.
De todas formas, a mí esto de conducir me sigue dando miedo. No sé dar la vuelta, estoy convencida de que necesitaría muchísima práctica sólo para girar el volante en el momento adecuado y no acabar calcinada en el fondo de un barranco, al igual que ocurría cuando era una pobre niña torpe en bicicleta, que sabía que acabaría en el suelo en cualquier momento gracias a su pobre coordinación y a su nefasto sentido del equilibrio.

A pesar de que el Capitán advirtió a ambos sobre la mucha muerte que habría en su futuro si se atrevían a dejarle mal, finalmente logramos quedar con el primogénito de los Cocoa y con el célebre mejor amigo del señor, el Peludo, aunque reconozco que tomé demasiados tintos de verano. Al ver que pedía martinis con las tapas, pues detesto la cerveza, Isabelo decidió sugerirme este adictivo brebaje infernal, pensando inocentemente que era más suave que la bebida italiana. Luego ya se cansaría de decir “pero que hace usted pidiendo un tinto de verano, dipsómana” o similar.
Hablamos fundamentalmente de música. No me atreví a decir que lo mío era lo retro y lo pop hasta pasado un tiempo, puesto que todo eran metalerías y grupos que salen sobre todo en Rock de Lux: me parecía que era en mi futuro en el que sí podía haber mucha muerte, o al menos una clara evidencia de mal gusto musical. Incluso confesé que me había bajado todo Bunbury, y no me echaron del bar.

A la hora de destacar restaurantes y otros a lo Labordeta gorrón, mi recuerdo se decanta de forma inmediata por el mesón “Churrasco”, una especie de mesón friki donde había diversas muestras de la habilidad de todos los dibujantes de cómic que allí se habían dado cita, en sucesivos Salones del Cómic de Granada: fuimos un par de veces, y las aproveché para levantarme de la mesa y curiosear; me gustaba mucho el pan, que estaba hecho en un horno de leña y tenía un insospechadamente agradable regusto a humo.
Además, al ver un dibujo de Vázquez sufriendo gota, supe qué había sido de él: a ver si un día encuentro “La doceava vez que dejé de fumar” porque es una de las historietas que más me ha hecho reír en la vida.
También fuimos demasiadas veces al restaurante italiano presuntamente regentado por mafiosos de verdad, hasta el punto de que no dudo que nos añorarían durante una semana, por lo menos, al ver que no aparecíamos por allí: no importa la gente a la que hayan hecho desaparecer si cocinan esos espaguetis Sappore di Mare, son los mejores que he probado jamás.

Aquel japonés que tanto nos había gustado en febrero del año pasado nos había cambiado de cara: fuimos un sábado por la noche, antes de ir al cine en el nuevo Kinépolis construido en la ciudad, y aparte de no estar tan atentos como siempre, había una pequeña familia de rumanos paseándose y se notaba mucho la ausencia de aquel camarero andaluz que en su afán de hacerlo bien, hasta imitaba la extrema cortesía oriental. Estaba muy bueno, pero nos decepcionó lo enrarecido del ambiente, el Capitán comentó que quizá el dueño se hubiese buscado malas compañías, si bien mientras yo estaba en el baño, que tardé algo porque el cierre no cedía y casi me quedo encerrada, un gracioso de la mesa de atrás le confundió con un británico por su camiseta de un equipo de fútbol y pretendía felicitarle por la boda de Carlos y Camilla, así que se mosqueó algo con el imbécil en cuestión. Si le hubiera confundido con un francés igual se lo hubiese tomado mejor.

El peor, sin duda, un terrible hindú con una suntuosa decoración ad hoc -llegué a manifestar en voz alta que en cualquier momento nos salían Ravi Shankar y George Harrison de alguna jardinera de helechos- y una repetitiva música, por no hablar del aún más repetitivo sabor de la comida, que me sentó como un tiro, y no por picante, sin ningún tipo de compensación gustativa a cambio. No faltó nuestro chino favorito tampoco, pues esta vez el hotel también estaba en la Gran Vía de la ciudad.
Eso sí, las tapas sólo hasta cierto punto: era ver unas patatas con ketchup y mayonesa y salir huyendo.

Cambiamos el acudir a la muy tentadora muestra de poesía catalana que ofrecían en el Anaïs –lo sé: debí ir allí y desenmascarar a todos los copiones posibles, era mi deber como conocedora de la materia- por el visionado de la asombrosa “The Life Aquatic With Steve Zissou”, más que nada porque era lo que más me interesaba de la cartelera y sabía que la iban a quitar pronto, como toda rareza que se precie. En su momento, ya hice un post con mis impresiones sobre esta nueva locura de Wes Anderson.
Aparte de pasear por la Huerta de San Vicente y conseguir un bonito eczema solar para mi sufrido escote, que no se le puede sacar de casa, volvimos a los jardines de la Alhambra, al Generalife, aunque siendo abril nos cansamos más y hacia más calor; no descarto estar vieja ya para según qué cuestas, tampoco.

También fui protagonista de una telecomedia involuntaria cuando se me ocurrió entrar en una librería a preguntar por la reedición de “Símbolo y Señal” de Graham Hancock, que ahora se titula “La búsqueda del Santo Grial”, aprovechando el tirón de Dan Brown. Pues no se partió de risa el viejecito ni nada, buscando por el ordenador; allí no lo tenían, pero en el Corte Inglés sí, por lo que me podía haber ahorrado ese pequeño bochorno, al que por otra parte, los aficionados a lo paranormal estamos bastante acostumbrados. No se ríen del que compra manuales de autoayuda, no…
Otra de nuestras actividades pseudo-culturales consistió en un intercambio telefónico de impresiones con un conocido chicharrero, que al oír mi voz por primera vez dijo “Por fin un ser humano”, tras una previa y amigable conversación con Cocoa de la Selva, quién le increpó una vez más por sus pésimos gustos y no haberse leído el “Leviatán” de Hobbes ni haberse visto nada de Kiarostami.

Después de las aventuras de la versión sinvergüenza de Cousteau, ninguna de las películas que fuimos a ver a continuación logró gustarme tanto: “Million Dollar Baby” es sólida y clásica, pero puede resultar dura y algo tremendista, y el tema no era de mi gusto: que me rompan la cara es más una pesadilla que un sueño, hay otros modos de realizarse, en mi opinión; si bien comprendí que la protagonista no quisiera vivir, no es que se rinda, sino que su vida ya no tiene sentido tras haber logrado su sueño, aunque le costara tan caro. “Oldboy”, aunque sorprendente, me dejó algo fría, me pasa mucho con este cine oriental nuevo; se notaba mucho que estaba basada en un manga, sobre todo por ciertas situaciones y el sentido del humor.

Cómo me decía el Capitán durante la proyección de “Constantine”, está usted disfrutando de la película, y era cierto: se trataba de una pareja de investigadores de lo oculto tratando de desentrañar un misterio en el que intervenían fuerzas sobrenaturales; se supone que es una adaptación pésima, pero al no haber mirado el tebeo correspondiente ni por los forros, no puedo opinar con propiedad; me pareció entretenida y me gustaron mucho algunas escenas, como el exorcismo del inicio, metiendo al demonio en un espejo. Al llegar a casa, a duras penas pude contenerme para no meter los pies en un barreño con alguno de nuestros desprevenidos gatos, y así viajar al Infierno que hay tras la realidad…supongo que acabaré leyendo esos tebeos, me atrae este tema y le doy la razón a mi hermano, se parece a “Angeles y demonios” en muchas cosas, sobre todo en su concepto de la guerra entre ambos seres; sin ir más lejos, el ambiguo personaje de Tilda Swinton, el arcángel Gabriel, encajaría perfectamente en el universo de esa otra película.

Como apunte final, una primicia: aunque fuese un poco tarde para el viejo truco de “Ven, que te enseño mi habitación…”, por fin pude ver el lugar desde el que Isabelo habla conmigo todas las noches, hasta me hizo jugar con su personaje del WoW, con el que paseé torpemente a caballo por algún sucedáneo de la Tierra Media y me prestó la primera novela de Javier Marías, que estaba en su poder: cuando me compre “Negra espalda del tiempo”, creo que mi particular “Bola de Drac” literario se habrá terminado por fin.
Luego llegaron sus padres, tan parecidos a los míos, y me invitaron a café y pastas, y más tarde su hermano menor, que venía de trabajar: vi fotos de un Cocoa adolescente, que vestía igual que el gamberro del Club de los Cinco, John Bender y era monísimo, aunque ya tenía esa mirada terrible que es lo primero que se le ve. Por mucho que diga, a mí me gusta más ahora.

Como en todas las ocasiones en las que nos hemos visto, traté de almacenar todas las imágenes, conversaciones y sensaciones posibles para luego, aunque ya no es necesario que las invoque, pues él ya forma parte de mi pensamiento poliédrico habitual, es su faceta más brillante.

Ahora voy a seguir odiando este verano tan largo y lento con todas mis fuerzas.


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