sábado, 19 de marzo de 2011

ADÉU PAPÀ



Les morts cachés sont bien dans cette terre 
Qui les réchauffe et sèche leur mystère. 

Els morts colgats amen aquest imperi 
de tebior que asseca llur misteri. 

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.

The dead lie easy, hidden in earth where they
Are warmed and have their mysteries burnt away.

Paul Valéry, Le Cimetière Marin. Traducciones de Josep Carner-Ribalta, Javier Sologuren y Cecil Day-Lewis.




Cuando nos mudamos a esta casa, recuerdo que mi padre y su hermano se llevaban la nevera y yo quería ir con ellos, lloraba mientras les veía alejarse por la calle, y mi madre decía que no podía ir, que ya volverían.

Cada día un recuerdo distinto acude a mi mente y se repite y se mezcla con los más dolorosos y recientes, me ronda durante horas, aunque sea bueno; los oscuros y los agridulces tienen la deferencia de disolverse en mucho menos tiempo, quizá de forma definitiva.
Pensé que sabría hacer esto, que ya tenía experiencia y que ya sabría más o menos como va, pero no sé qué es diferente, supongo que veinte años después lo tenía todo un poco olvidado. Aún así puedo comparar con la vez que tuve dieciséis años, cuando era aquella casi niña que llevaba toda la vida con su abuela prestada, que no sabía leer ni escribir y que se comía la fruta confitada a escondidas y a la que una noche de diciembre se llevaron al hospital; me dejaron salir del internado para visitarla y recuerdo que tenía miedo de que los taxis no me pararan y de perderme, por entonces apenas era yo. La luz que entraba por los cristales de la cafetería del hospital mientras comía con mi madre, me parece ya la misma que entraba por los de la nueva clínica, algo más alejada de la ciudad, la última vez que desayuné con mis padres, uno de mis hermanos y Arredro, cuando las cosas aún parecían tener solución.

Aquella noche en el internado también me desperté de madrugada sin saber porqué, y sabiéndolo, recuerdo las visitas, ella intubada y negando con la cabeza cuando mi madre le preguntó si quería que yo estuviese allí viéndola, algo que entendí aún siendo tan joven, sabía que podía pasar. Esta vez podríamos decir que no lo sabía, aunque me despidiera de alguna manera todas las veces que se lo llevaron, a ratos pienso que quizá intuía que en realidad pasaba algo grave y me lamento por no haberle dicho algo, no diría nada por no asustarle y seguro que así fue mejor. Creo que está bien que el pensamiento de que es posible que notara que le acariciaba el pelo o le apretaba el hombro me ha consolado desde el principio. Al leer el informe, me alivió deducir que seguramente ni se dio cuenta, durmiendo como estaba tras tantas noches despierto con aquel dolor de espalda cuya causa no se detectó a tiempo, por no insistir, porque a él no le gustaban los médicos y se negaba a ir hasta allí tantas veces o que le miraran más, y luego allí parece que no se le dio importancia al cólico nefrítico que acabaría causándole una infección y el infarto que no pudo superar.

Esa otra madrugada en la que me despertaron, un enfermero me preguntó qué grado de parentesco tenía con él y me dijo que habían intentado reanimarlo, que no lo había resistido, di vueltas por la habitación diciendo incoherencias, recuerdo la expresión horrorizada de Arredro que tan pocas veces le he visto, y lo peor, tener que decírselo a mi madre, que ya se había despertado, quizá lo que más me duele y se me aparece es ese momento, preferiría que nos hubiesen hecho ir allí y nos lo hubiesen dicho a todos juntos, pero supongo que no se puede. Luego entre las dos llamamos al resto, les esperamos en una pequeña sala para familiares y hablamos con el mismo enfermero que nos había llamado, me pareció mal que delegaran así, que no saliera el médico que le había atendido, pero nos trataron de forma correcta. Mi hermana fue la última en enterarse, no podíamos despertarla y vino ya al cementerio, mi madre no quería que condujera sola hasta la clínica.

Ya era de día y papá estaba en una urna tras un biombo, llamé a nuestros amigos de Madrid para contarles lo que había sucedido, y pasé una eternidad en aquel cementerio claro y marino, bajo el sol, explicando lo mismo una y otra vez, a los hermanos de mi madre, a mis primos, a amigos de mis hermanos y de mi hermana, vecinos y compañeras de mi madre, amigos y conocidos de mis padres. Y luego el funeral, oscuro, extraño, algo apresurado por acabar antes y porque todo había ocurrido tan de repente, pero todos los que estuvieron querían estar, y fueron más de los que pensaba y les doy las gracias, así como a todos los que me han comentado y dado su pésame estos días, os reitero mis agradecimientos.
Y era un día precioso que nunca vería, luminoso, blanco, amarillo y azul como de poema de Valéry, igual que sería el día de su entierro, que fue lo más difícil para mí, no quería volver a verlo ahí dentro, pero tenía que decirle adiós. Yo no creo ni rezo, no lo necesito ni me ayuda, así que sólo me acerqué y le dije Adéu papà, antes de que se lo llevaran.

Y hoy era su santo, y además era nuestro padre. Decía que no le importaba, pero en realidad le gustaba que le llamase y le felicitase durante estos años que hemos vivido en Madrid, al final estar aquí ha sido lo mejor, a pesar de las circunstancias que nos han llevado a ello, he podido pasar estos últimos meses con él, no quiero imaginar lo que hubiera sido de estar lejos, es algo que temí tanto, que me llamaran y me dijesen que uno de los dos había muerto. Al final es algo que he tenido que hacer yo misma, quizá sea cierto que todo sucede por una razón.

Y ahora, iré recordándolo, poco a poco. Primero sus dibujos, luego ya veremos si algo más, dentro de un tiempo o si ya mis posts y mi vida, que tiene que seguir.



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