viernes, 15 de octubre de 2010

RED FORCE, BLUE FORCE




Si con 36 años que cumplo hoy no he dejado de ser así de friki es que ya no hay remedio, espero en cambio que lo haya para todo el tiempo libre que me ha permitido acabar reconociendo esta serie por casualidad en el youtube, cuando no la estaba buscando siquiera. El problema era que siempre se me cruzaba "Into the Labyrinth" y no veía en ella los elementos que tanto me fascinaron de esta “Under the Mountain”, no había gemelos pelirrojos, ni babas extrañas y túneles subterráneos o piedras rojas y azules que se iluminaban con el poder de la mente.





Sí, tuve que hacer capturas de pantalla porque apenas hay fotos de esta serie neozelandesa por los sitios, viéndola he comprendido por qué me llamó tanto la atención, y es que los niños protagonistas se mueven un pueblo costero de las antípodas que no tiene nada que envidiar al mío, sólo que están mucho más entretenidos y su turismo de calidad es aún más dudoso si cabe. Me la vi entera en el youtube, son sólo ocho episodios, aunque no os recomiendo que os pongáis la versión en húngaro.

Se trata de una novela de Maurice Gee que fue readaptada el año pasado en una peli con Sam Neill que francamente no sé si ver, no creo que tenga el encanto de esta serie para niños, que al parecer iba en comandita con la mencionada Into the Labyrinth, The Haunting of Cassie Palmer y Children of the Stones –si estas dos últimas se hubiesen emitido en España creo que las recordaría, y más apellidándose la niña médium así- , quizá las vea también si puedo.
Otras cosas que he observado es lo rematadamente tonta que es la familia de los chicos, en especial la tía, que no se entera de nada en absoluto, que el pobre primo adolescente sin muchas luces acaba mal, y que su particular Chanquete del Espacio se coge la típica rabieta de viejo y se pelea con ellos, detalles bastante más siniestros que la trama fantástica en sí y que por mucho que suceda en las Antípodas, recuerda una manera menos aséptica y más espontánea de hacer las cosas, no sé qué pasaría si ahora se emitiera una serie así para chavales; supongo que les preocuparía que salieran tan magufílicos como servidora, aunque es inútil. Si no es una serie, será una enciclopedia de ocultismo o ver a Jiménez del Oso a través de una rendija de la puerta; a mí me preocupa más que muy probablemente se aburrirían y les parecería que van horteras, la camisa del niño es igual que unas que tenían mis hermanos. Qué manía con plantar camisitas hawaianas al niño que se tenía en los ochenta, y ahora va a resultar que era mundial.






Siempre había pensado que mis borrosos recuerdos de un túnel blanco eran por el día que vinieron a vaciar la cisterna de mi casa y sacaron un barro fino y oscuro que mi padre llamaba “molsa” y que no sé cómo se llamará en castellano, creo que era una acumulación de la tierra que se iba filtrando con el agua de la lluvia. Recuerdo la extraña cueva de paredes lisas a la que bajaron una bombilla con un cable muy largo, a mi padre hablando con un señor en el fondo y yo empeñada en que habría una puerta secreta con un tesoro, para variar, por mucho que me dijeran que aquellas letras que veía de lejos eran el nombre del fabricante y no un mensaje o una pista.
De alguna manera, ese barro fino y negro se parecía al monstruo baboso al que se enfrentan los elegidos de la serie, por ser pelirrojos, telépatas y preadolescentes, es curioso que este verano kiwi lo siento más mío que el azul que han repetido tantas veces, de aquí vienen mis deseos de ser pelirroja o la obsesión con toda la gama de rojos y azules posible, la inquietud en las excursiones a grutas, todo.

Debería comprármela, espero poder preocuparme más de estas cosas en el nuevo año que me espera, ya ni me apetece mucho reflexionar, sólo estoy esperando a un pequeño golpe de suerte. Hoy sería un buen regalo, por ejemplo.

Treinta y seis, esta vez aún me lo creo menos, aunque sigue siendo una edad que un día podré añorar.


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