miércoles, 4 de febrero de 2009

CUANDO FUIMOS PERIODISTAS DE PACOTILLA




Hace muchos muchos años en un reino junto al mar había una señorita que quería ser escritora, periodista, guionista y/o crítico de cine, en un gesto soñador propio de la primera veintena y del mayor candor que la caracterizaba entonces; esta semana, esa señorita ha descubierto que esas vocaciones suyas frustradas -que quizá son la razón última por la cual ha escrito diarios, cartas, posts kilométricos en foros y este blog, que se teme le va a durar hasta el asilo- es probable que no se hayan acercado jamás, ni de lejos, a la idea que tenía de ellas. Y más que un desengaño absoluto, puede ser la última fase de uno progresivo.

Cuando tenía diez años, escribí una redacción y la colgaron en un corcho, y gustó a la clase, esa clase que me odiaba y en la que no tenía amigos. Poco a poco, durante incontables clases de lengua y literatura castellana y catalana comprendí que expresarme de aquel modo se me daba bien, incluso mejor que dibujar con mis pinturas, vocación primera a imitación de mi padre dibujador que fui abandonando por trasladar pensamientos, sensaciones, redacciones al papel, y que de tanto me ha servido cuando peor se me daban esas habilidades sociales que tuve que reconstruir desde cero, como escape y como herramienta de entendimiento. Pero esa es otra historia, que probablemente será contada, referida y recontada en este blog en otras ocasiones.

Ahora soy una teleoperadora en paro con asignaturas de Magisterio de Lengua Extranjera y un inservible módulo de "Técnico en Alojamiento", tras haber intentado ser maestra de primaria, dependienta de souvenir y recepcionista de hotel; posiblemente haya fracasado a ojos del sistema, pero hubo un tiempo en el que me acerqué a esos sueños a muy pequeña escala, escribiendo en catalán para la revista de cine gratuita de una fundación bancaria local que sostenía una especie de pseudofilmoteca en Palma de Mallorca -la única vez que he cobrado por escribir-, haciendo unas pequeñas intervenciones sobre cine en la radio en la que trabajaba un amigo de entonces y quizá lo más cerca que he estado de ser periodista, haciendo artículos en mi propia página en la revista del pueblo, llegando en el zenit de dicho período a tener una sección aparte y haciendo crónicas de, por ejemplo, unas jornadas locales sobre la Llengua por las que me sentí tentada a hacerme catalanista en dos semanas -se lo pregunté a mis padres en la comida y todo, aún recuerdo su cara de asombro-, si bien me detuvo el hecho de que ya era prácticamente lo bilingüista que soy ahora y algunas dudas personales, más la presencia de algunos retropaletos non gratos, si bien nunca olvidaré al señor valenciano que llevaba el "Vilaweb" que dijo "Jo alucine mandarines" en valencià en su conferencia y tantísima gracia me hizo. O una señora de la facultad de periodismo de no sé qué universidad de Barcelona que dijo que estaba harta de que todos sus alumnos -ya entonces- quisieran ser el próximo Buenafuente y de su teoría de que en las series de TV3 valencianos y baleares siempre hacían de tontos y de malas personas; ahora creo que ahí habría que ver quién era el guionista con delirios de centralismo y no incluir en eso a todo guionista catalán, aparte de que se trataba de una serie en concreto. Y eso que había un alternativo barbudo monísimo con camisa de cuello mao que me hacía muchísimo caso y me llamaba "companya" en una de las cenas a las que fuimos, si bien hubiera estado feo abrazar una causa para ligar, he tratado siempre de ser todo lo ética que he podido en esta vida, con el consiguiente perjuicio de mis posibilidades de carrera.

Durante mi trayectoria en esa revista, viví experiencias que no pueden distar mucho de las que pueda vivir un periodista de verdad con su carrerita y su canesú, por así decirlo: al principio era una especie de Pérez-Reverte -tengo todos esos artículos encuadernados y plastificados en casa de mis padres, y sospecho que ahora matizaría muchos de ellos o incluso me parecerían escritos por otra persona- y cometí algunas faltas: unas veces fui demasiado dura, otras demasiado personal, otras tuve que autocensurarme por presiones o usé aquella página para mis propios fines. Fui capaz de lo peor, vengándome de mis ex-amigas las pijas en un acto del todo sexista, mezquino y reprobable, contando sus andanzas sexuales de forma velada en la capital y confirmando la vacuidad de sus aspiraciones -de hecho, sospecho que seguirían mirándome mal por la calle, pero era eso o quemarles el chalet- y también de lo mejor; recuerdo con especial cariño este artículo, en el que fui demasiado personal y este otro, en el que me la jugué por nada y perdí la gran oportunidad de ser contable y mi escasa confianza en las instituciones, nada menos.

Sin embargo, hubo un artículo que fue muy especial para mí y sobre todo, para otras personas y que preferiría no haber tenido que escribir nunca.


Un día me desperté tarde y descubrí que mi vecino de veintitrés años se había suicidado, lo había encontrado su madre ahorcado en su habitación después de comer. Ese día tenía que escribir mi página y seguramente tendría otro tema más trivial sobre el que divagar; era uno de los veranos en los que aún no trabajaba por lo que me podía permitir pasar horas escribiendo, pero esa noche me di cuenta de que no podía dormir ni pensar en otra cosa, me vino a la mente el día que nos mudamos a nuestra propia casa -mi hermana y yo vivimos en un piso alquilado con nuestros padres hasta que yo tuve seis años, cuando los demás aún no habían nacido- y aquel niño y su hermana vinieron a buscarnos para jugar, los recordé en la puerta sonrientes, todas las veces que su madre nos había llevado de paseo, nos había dado helado con galletas o había ayudado a mis padres, la vez que me pisó el pie el taxi y me llevaron al médico, su hermana enseñándonos su Nancy nueva o presumiendo de su casette de Nikka Costa, las veces que aquel chaval amable se había ofrecido a llevarme gratis en su taxi. Todo lo malo que hubiera podido suceder entre nosotros cuando éramos adolescentes -su hermana estaba conmigo en el internado- desapareció de mi memoria para siempre y entonces empecé a redactarlo de madrugada; no sabía ni de qué estaba hablando ni cómo lo acabaría y tenía miedo, por mucho que lo hiciese con el mayor cuidado y con las mejores intenciones. Pero se entendió lo que yo quería, como alguna forma de consuelo y un homenaje a unas personas que habían formado parte de mi vida durante dieciocho años.

Las consecuencias no sabría como definirlas; una chica de su clase me abrazó en el supermercado y sus padres les dieron las gracias a los míos pero la pobre gente no pudo dármelas a mí, lo comprendí perfectamente. Muchos meses después, iba cojeando hacia mi inacabado módulo de finanzas por la acera -tenía uno de mis esguinces- y un taxista me recogió y me mencionó algo sobre el tema, pasé tanta vergüenza que mis sentidos se enturbiaron y a estas alturas todavía no sé qué me dijo ni quién era.
Sólo hubo una mala consecuencia, y es que una persona a la que no le gustó uno de mis peores artículos, de la breve serie originada por cierta frustración amorosa, al parecer, dijo en un bar, -delante de bastantes personas, entre ellas el fotógrafo de la revista- que yo era una desgraciada y que un día me iba a suicidar; casualmente esa persona también escribía en la revista y formaba parte del cuerpo municipal de baile folklórico-pepero-catalanista, del que era miembro el motivo de mi desengaño personal. Por defenderle o por fastidiarme, ya que mis artículos eran mejores que los suyos y a veces hasta se veía que se inspiraba en ellos -a la tía no le bastaba con cantar muy bien, que seguro me gana en un karaoke, por poner-, se pasó treinta mil pueblos y acabó entre mis blacklisteds forever. Y lo peor es que todo fue por mi penoso artículo sobre "Las murallas interiores"; me subí a las murallas de la ciudad no para tirarme de ellas, sino para pasarlo fatal paseando agarrada a las almenas como una tonta y con las piernas temblando, en busca de inspiración para escribir algo "más sobre el pueblo" como me habían recomendado. Nunca olvidaré la sensación de alivio que sentí tras haber conseguido bajar las escaleras medio sentada como una niña pequeña, del vértigo que tenía.

También hice una página sobre la exposición pictórico-fotográfica de una compañera de instituto y ella me lo agradeció personalmente cuando nos encontramos en un funeral; solía leerles los artículos a mis padres en voz alta, a veces les gustaban, a veces no y alguna vez empezaban a reírse como cuando era pequeña y les hacía alguna pregunta absurda, sobre todo cuando me ponía con mis referencias paranormales/ocultistas. Suerte tuvieron de que en mi artículo sobre la historia del cementerio finalmente decidiera no emular los peores momentos de Jiménez del Oso y viera que ya no tenía doce años cuando ya estaba medio subida a la tapia del viejo camposanto vallado para protestantes y otros herejes, que me iba a quedar encerrada allí sin poder salir y me iba a reír más bien poco.

En otra ocasión, fuimos a una especie de congreso de prensa local que se celebraba en el auditorio de otro pueblo de la isla, y nos tocó asistir a una conferencia que daba el Gran Wyoming; cómo se le podían hacer preguntas, y aunque me sentí intimidada por el derribo de un listillo anterior que le había preguntado "¿Tonino es así de verdad?", algo a lo que él había respondido "¿Por qué? ¿acaso te identificas con él?" me levanté, con el jovencito director de mi revista cogiéndome del brazo y diciéndome "¡¡Loca!! ¡¡Qué haces!! ¡¡Siéntate!!" y agarrando el micro, le pregunté "¿Va usted a contratar más mujeres aparte de María Martillo?" y me contestó lo de siempre, que tenía documentalistas y creo que quedé como una tontita, porque no supe continuar, me hubiese gustado ampliar la pregunta y decirle si pensaba que algún día una mujer podría diseñar y llevar un programa como su CQC de entonces, aparte de los engendros de sobremesa anarroseros, algo que se me ocurrió media hora más tarde; de todas formas, me ha respondido con creces mediante la emisión de "El Intermedio" y el plantel femenino en él incluido; aprovecho para enorgullecerme de haber vivido en directo el fabuloso e histórico owned de Wyoming y Beatriz Montáñez a uno de esos caducos fachas misóginos que siguen dando la lata por cadenas a la medida de los oídos de algunos españoles, esperemos que cada vez menos. Gracias infinitas, señor Monzón, te perdono haberme puesto en el autógrafo que te pedí "Para Xisca, de su fantasía" :D

Al final, el joven que me había introducido en aquel mundo de pseudoperiodismo acabó la carrera y pasó a trabajar en un periódico de verdad; al volver la revista local a su forma original de panfleto de anunciantes locales, la carroza volvió a ser calabaza y Cenicienta volvió a encontrarse ataviada con uno de sus raídos uniformes de hotel, tras un sucio mostrador, olvidando poco a poco aquella sensación maravillosa de hacer algo que le gustaba, haciendo desganadas reviews de libros y películas para no meterse en más líos, perdiendo la inspiración, viendo como los demás a los que algo les interesaba también se marchaban uno a uno.

Imagino que si hubiera podido estudiar Periodismo o una Filología Inglesa en su momento habría podido llegar a algo,-tampoco a demasiado, soy consciente de que no soy un Nabokov- quizá hasta me hubiera venido antes a la capital o me hubiese ido a Barcelona desde un principio, pero las circunstancias y mi indisciplinada persona no acompañaron: por otro lado, tampoco se trata de algo que me amargue, a pesar de todo lo que me han dicho tantos profesores de literatura a lo largo de mi estirada e infructuosa vida académica, no soy alguien especial, me gusta mucho leer -y estoy leyendo poquísimo, ahora siento remordimientos otra vez- y poseo habilidad para redactar y expresarme, como mis hermanos y mi madre. Si hubiese una mejor educación y mayores estímulos en este sentido, habría unos cientos más como yo de los que ya hay.

Nunca me ha seducido la idea de ser famosa, si aún tengo tiempo de llegar a a escribir una novela, a parir un mundo, unos personajes y unas constantes autorales, en lugar de hablar de lo que me viene en gana en este blog, -que es como tener tu propia revista y bien me vale para mis propósitos más inmediatos en cuanto a la escritura- me gustaría que nadie supiera jamás quién soy y ocultarme tras un seudónimo hasta mi muerte. Si me ponía nerviosa que me señalaran las viejas por la calle diciendo demasiado alto "Mira, esa es la de la revista", dudo que me gustara tener que salir en la tele, por ejemplo.

Supongo que en un medio autónomo como este tengo la ventaja de poder hacer lo que quiera, de no estar sujeta a que lo que me gusta se convierta en un trabajo, algo que no sé si le quitaría el encanto a todo esto, a este blog que no lee casi nadie, en parte porque escribo unos tochos de impresión a los que solo les falta empezar con la frase "Sicilia, 1927".

Si convierten Periodismo en un módulo, que me avisen...

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