viernes, 23 de julio de 2004

TENER Y NO SER



“Aquests putes de dretes ja no saben que han de fer”*
Mi madre, al ver en el telediario las “sorprendentes” declaraciones de Díaz de Mera…

En mi caso particular, los desgraciados sucesos de marzo sólo fueron la gota que colmó el vaso: el día de las elecciones estaba abatida frente al televisor, convencida de que ganarían los de siempre, sólo deseando que no saliera otra vez mayoría absoluta, que mi pequeña contribución a desequilibrar algo la balanza diera resultado; confieso que me emocioné cuando vi a la gente salir a la calle, pensaba que no reaccionarían…para mí fue lo más parecido a esa soñada repetición de un mayo del 68 realmente efectivo que he visto jamás. Ojalá me hubierais enviado un mensaje, ciudadanos, porque hubiera marchado junto a vosotros sin dudarlo.

Y es que siempre he detestado y detestaré a los ricos, sobre todo a los que se creen con alguna superioridad sobre sus semejantes sólo por la abundancia de sus posesiones, y por extensión, a la ideología que les ha representado tradicionalmente: la derecha en todos sus grados, algunos más soportables que otros. Ha sido un proceso lento pero inexorable, y si antes era de esos que se consideraban apolíticos, ver como esa clase de gente ha tratado a mi familia todos estos años, sólo por ser pobres, y ha limitado intelectual y socio-económicamente a mi comunidad, me ha hecho recapacitar sobre mi postura: no me resigno a esta situación y no paro de pensar que he de hacer algo, ni que sea sólo para incomodarles y perturbar la placidez del mafioso que lo sabe todo bajo su zarpa. Es algo que estoy meditando muy seriamente desde hace meses, y este post es parte de mi contribución a esta causa, no ser de los suyos nunca jamás y demostrarles que cualquier día podemos volver a unirnos y salir a la calle.

Mi madre, que cuando era pequeña me explicó que los comunistas eran una gente muy mala que vendría a nuestra casa y me quitaría los juguetes para dárselos a los niños gitanos, aparte que vendría otra familia a vivir con nosotros porque nuestra única casa es grande, no me explicó que los peores eran gente como sus propios hermanos, quiénes siempre se han avergonzado de nosotros por el imperdonable crimen de no poder permitirnos ni en sueños su tren de vida: no obstante, esta triste circunstancia me ha permitido asomarme a los salones de la riqueza, a chalets de diseño con piscina, a bodas y bautizos de alto copete en las que éramos la mancha, el rebaño de ovejas negras al que un día llegaron a ocultar en una mesa casualmente situada tras una columna en el hotel en el que se celebraba el convite, a fin de que no saliéramos en el vídeo. Una familia que es un puñado de desconocidos por los que no siento otra cosa que una indiferencia brutal, tan intensa que a veces se convierte en odio hacia esa ausencia total de sentimientos, hacia ese despliegue de apariencias que oculta la nada emocional. Mi familia paterna no es mucho mejor, precisamente por asuntos de herencias mal repartidas también son casi desconocidos, si bien un poco menos, y a ellos les reconozco que han luchado por lo suyo, que es algo normal; es una pena que no nos acercáramos en un momento dado.

Y todo por ese dinero que es lo único que parece importarle a la gente de ideología conservadora, el maldito parné que se tiene que conseguir a costa de otros, esa masa que no es como ellos, que no tiene, que no posee, que sólo puede soñar con esa codicia continua que ha vaciado de todo sentido sus pobres vidas. Siempre es demasiado tarde cuando descubren que hay cosas que no pueden comprar, como el respeto o el aprecio de los que todavía son personas antes que una lista de la compra infinita.

He de decir que como amigos, tampoco son gran cosa: puede que si tienes el mismo estatus que ellos funcione, pero si no, puedes verte como me vi yo hace ya unos años cuando me empeñé en hacerme amiga de un puñado de pijas del internado que vinieron a ver si las aprobaban en mi último COU del instituto: creí ser amiga suya durante dos años enteros, sufriendo que intentaran desmontar mi personalidad como fuere, por no responder a su concepto de La Chica Ideal de La Muerte, la que no piensa , no lee, no siente y sólo acumula para el ajuar… ahora, cuando se dieron cuenta de que yo llevaba dos mil pesetas en el bolsillo cuando salía y ellas seis mil, empezó la ofensiva, en la peor semana de mi vida, en noviembre de 1997. Nunca olvidaré esa semana, porque en la vida me he encontrado con mayor cobardía que la exhibida por esas seis pijas obtusas e infames, que nunca me dijeron directamente, “Vete, no te queremos” y no me valen excusas, ni juventud ni leches, que tenían todas sus veintialgo y sabían perfectamente lo que hacían. Nunca les perdonaré como me hicieron sentir esa semana, a desengaño por día, ni aquel paseo de hora y media vagando por una Palma más oscura que nunca, y mucho menos su legado: una desconfianza cronificada hacia casi todas las demás y la renuncia radical a la amistad; durante tres años aproximadamente, pensé en serio que nadie era amigo de nadie, y que todo era una farsa: que si tu perdías todo lo que tenías, te encontrabas solo, que automáticamente el mundo entero se alejaba de ti. Me encerré en casa, pero afortunadamente, la luz acabó por colarse por las rendijas de las persianas, primero tenue, luego esplendorosa hasta iluminar el mundo entero con su resplandor y revelar el engañoso brillo de la mierda bañada en oro que me habían estado vendiendo.

Y una vez más, por no tener el mismo dinero que ellas, si bien casi debería agradecérselo: la gentuza como esa no me interesa más, sólo se fijan en las apariencias, se escudan en las formas. Cualquier acto es lícito si se hace con gusto y educación, incluso tratar de humillar a otros o argumentar sin argumentos, basándose por ejemplo, en que España va bien, aunque a muchos españoles les vaya fatal.

Es por eso que soy tremendamente intolerante y prejuiciosa con el millonario, con el nuevo rico, con su puta madre: la única forma que voy a mantener para vosotros es la afilada sombra de esta pluma inexistente, que contra la caja de caudales de vuestra vacuidad siempre será arma y nunca llave ni bálsamo.

*Estos putas de derechas ya no saben que hacer, y eso lo dice mi madre, que siempre se negó a tomar café en los Campamentos de la Falange a los que tuvo que ir para diplomarse en Magisterio: esas monjas francesas no pudieron con su sentido común, después de todo…


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