martes, 27 de julio de 2004

EL OTRO JARDÍN





Sembla que era ahir
Que dins el misteri de l’ombra florida
Tombats a la molsa
Passàvem les hores millors de la vida

La Relíquia, Joan Alcover


"Yo no sabría decir en qué momento me di cuenta de que seguramente era que estaban muertos, porque es que tenía muchísimo miedo, debido a haber vivido situaciones similares personalmente: cuando era pequeña tenía la obligación de estar todas las tardes en casa de mis abuelos, una mansión que ahora es la biblioteca del pueblo, y cada vez que llegaba, debía armarme de valor para atravesar un inmenso vestíbulo oscuro con la puerta abierta de lo que se denominaba El Cuarto de los Muertos, dónde habían fallecido varios de mis antepasados...ese vestíbulo y esa casa, tal como era entonces, siguen apareciendo en mis sueños.

Por tanto, mi identificación personal con aquellos niños era muy fuerte, aunque no sabía que pensar de la niña, Alakina Mann tiene uno de los rostros infantiles más malévolos que he visto en la vida.

Bueno, todo aquello me resultaba poderosamente familiar, el desván luminoso con muebles por todas partes, los criados, que tanta pena me han dado siempre, el misterio de las fotos antiguas, la luz natural de los días grises o las caras a la luz de las velas -fui al cine justo antes del temporal de viento, y tuve la ocasión de comprobar cuán bella y exacta era la idea que tenía Aguirresarobe del tenebrismo real, después de dos días enteros a oscuras, llenos de ominosos presagios- , y para terminar, esa sesión de espiritismo, con lo que me gustan, la vieja treta de la anciana espeluznantemente cegada de ojos blancos, o la pirueta final, que le da una belleza nueva a la película: es entonces cuando deviene en reflexión sobre los vivos y los muertos, en lo revelador que resulta que los unos aterroricen a los otros tanto como viceversa, que todos somos en algún momento los otros en una casa oscura, en un mundo aparte."


En esta permanente fascinación por nuestro pasado familiar que se da de bruces con el evidente resentimiento hacia esos otros para los que no dejamos de ser nosotros los que vivimos penando en las tinieblas del proletariado, confluyen variados factores: por parte de madre, tenemos a mi abuela, una especie de figura mítica que nació el mismo día que yo, y que en las fotos que no se perdieron para siempre al ingresar la única persona que poseía una gran colección de las mismas en un psiquiátrico, guarda un estremecedor parecido con mi persona, tanto por sus gestos congelados en algún instante de 1927 como por sus rasgos: en realidad, podría decirse que era una de esas falangistas por conveniencia y era muy coqueta y alegre, elegante, “una señora de la mejor calidad” me dijo una vez un anciano que la había conocido por las calles de mi pueblo…su pretendido enigma cristalizó al nacer mi madre y morir ella de parto a los 39 años. A veces me pregunto casi en serio si yo también moriré a esa edad, si hay algún oscuro destino circular en el que estoy mezclada y he venido a acabar con esta estirpe de mujeres malditas; ni que este pueblo de mala muerte fuera Macondo…

Aunque tiene más relación con estas imperdonables tendencias noveleras mías que con la casa, hay otra figura femenina en mi familia que también me interesa: se trata de mi tatarabuela paterna, de la que no tenemos ni un mal daguerrotipo pero si una edición de “Genoveva de Brabante” de Cristóbal Schmidt, un bestseller original de 1859 que le perteneció, aún lleva su nombre escrito con una de esas asombrosas caligrafías decimonónicas , una muestra de las cuales también se halla presente en su licencia de matrimonio: la señora se casó con un carabinero de 26 años a los 38, y me temo que ese fue el motivo de que tuvieran que irse del pueblo de Segovia en el que vivían. Esa es la clase de pasado que me motiva, sin duda.

La mansión por la que la película de Los Otros se convirtió en toda una experiencia dejó de ser oscura hace más de diez años, cuando unos alemanes le compraron la casa a uno de mis tíos y la transformaron en una biblioteca, nada menos: a veces creo que llenarla de luz y de libros ha acabado con sus sombras…es posible que todo empezara esa tarde después del colegio.

Debía ser bastante pequeña, no tendría más de cinco años: estaba en la cocina balanceando las piernas, esperando que sa padrina terminase de hacerme la merienda, cuando sentí que algo tiraba de mí y de repente, me encontré al otro lado de la pared, pero con el suelo del salón cambiado: en vez de ser de piedrecitas grises era el clásico ajedrezado en blanco y negro, y al pie de la escalera, al lado de la puerta del jardín luminoso, había un esqueleto quemando una silla de esas antiguas de bar, mirándome con una gran pena en sus ojos vacíos, si es que una calavera puede tener alguna expresión. Luego me encontré de nuevo en mi sillita, sin saber cómo había llegado hasta allí.

Siempre he guardado esta imagen y la sensación de miedo y tristeza que la acompañó en mi mente, un sentimiento que ha impregnado algunas de mis pesadillas más sonadas, en las que la casa es un escenario recurrente, cuando no aparece disfrazada de otros lugares. He pensado que podría tratarse de una visión, un sueño lúcido o algo imaginado pero sigue sorprendiéndome su impacto en mi memoria y el no haber hallado jamás una explicación racional a la misma, a veces hasta creo que es mejor no saberlo.

A partir de ahí, mi interés por los fenómenos paranormales y los misterios de todo tipo se disparó hasta constituir uno de mis temas favoritos, especialmente si se trataba de alguna casa encantada: es algo irresistible para mí, y en esa casa no me faltaron pasadizos secretos o estanterías giratorias por las que suspirar. Recuerdo una cajita de plata labrada para las pastillas medio escondida en una vitrina, entre antiguas tacitas de café, con la que solía fantasear, siempre me preguntaba que habría dentro; estaba segura de que muy probablemente pertenecía a una princesa rusa o era la clave de una vieja maldición familiar, puede que incluso las dos cosas.

Además, en el Cuarto de los Muertos estaba la puerta que sólo veíamos mi hermana y yo, de hecho ella también lo recuerda y se manifestó al respecto en un foro no hace mucho:


"La verdad es que yo también recuerdo un fenómeno paranormal relacionado con la casa que cita mi hermana: la desaparición instantánea de una habitación

Recuerdo perfectamente que en el despacho de aquella gran casa, en la pared de fondo, se hallaba una puerta que conducía a una habitación, y un buen día dejó de estar ahí, tanto la puerta como la habitación, y aún más, no sólo dejó de estar ahí sino que jamás nadie ( esto es, personas adultas ) reconoció la existencia de aquella puerta y de aquella habitación, para ellos nunca había existido. Es decir, si en el despacho de años más adelante, había tan sólo dos puertas ( una que daba a un rellano justo anterior al salón, y otra con unas pequeñas escaleras que bajaban al recibidor ), en el despacho de nuestra infancia siempre hubo tres ( la tercera puerta es la clave ). La cuestión es ¿ por qué desapareció una puerta cuando esta puerta tenía una existencia material para nosotros ( yo y mis hermanos ) en algún lugar del tiempo ? ¿ Por qué los adultos no se percataron nunca de su existencia ?"

Pero después del negro desencanto siempre venía el verde brillante y translúcido del otro jardín, inundado de sol y de la sombra húmeda en la que se enterraban las tortugas que viven cien años, las piedras en las que crecía el musgo y los caminos desvanecidos entre la hierba. Todo el mundo sabe de qué jardín hablo, desde Alcover en su La Relíquia hasta el Ardis palpitante de Nabokov en Ada o el Ardor: es en esa eternidad esmeralda donde guardamos los engañosamente nítidos espejos de la memoria, esos que no nos atrevemos a limpiar.

Quizá sí sabemos qué había tras la puerta.


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