jueves, 22 de febrero de 2007

KILÓMETRO CERO








Esta semana me he acordado tanto de esta tira de Quino como de su protagonista más veces de lo normal en mí: Felipe, el soñador en Mafalda, es uno de esos secundarios imprescindibles con los que identificarse por las esquinas, en especial por esa actitud suya ante las ciencias exactas que representa a la perfección lo que siento ante el más leve intento de cálculo elemental: un Terror Universal.

Mi madre, que fue mi maestra y la de todos mis hermanos en el colegio al menos durante un curso, suele decirme que a ella tampoco se le dan muy bien las matemáticas, pero que a mí encima me las enseñaron mal desde el principio, por lo que es muy posible que desarrollara una suerte de matofobia* que marcó todo mi paso por la materia, desde aquellos cuadernillos de cuentas cuya resolución retrasaba todo lo que podía hasta un examen de Magisterio en el que fui incapaz de inventar una figura geométrica.

Ese mito de oscuro origen por el cual la persona de Ciencias es muy inteligente y la de Letras es una que no lo es tanto, y por eso no puede ser de Ciencias, lo que vendría a ser su más ferviente deseo, no me ha ayudado mucho que digamos, aparte de la lógica aversión hacia matemáticos y adyacentes desarrollada por la sensación de que no se es listo según los cánones socieconómicos más utilitaristas, algo que se ha traducido, por ejemplo, en la paulatina desaparición de los Humanidades de los temarios; he llegado a leer cartas de alumnos de Bachillerato en dominicales afirmando que les tratan de locos por elegir carreras de Letras, sin muchas salidas, exceptuando las del Metro.

No se acaba aquí el drama del que sólo sabe leer y redactar más o menos bien; no sólo resulta que ellos también pueden hacer eso y en cambio, tú no puedes hacer lo suyo ni medio mal, porque no sabes hacerlo, a pesar de que acabaste yendo a la boda de tu profesora de repaso y de que todos los veranos de tu adolescencia transcurrieron entre ecuaciones y miradas inapetentes a los muslos blanquecinos del cerebrito de Química que te enseñaba tal o cual cosa, por no hablar de que un día te encontrarán muerta en el pasillo de un supermercado con los ojos apretados, tras haber sufrido un ictus por intentar sumar todos los decimales de los precios en euros sin usar la calculadora del móvil; eso es sólo el principio.

Ahora los números son más grandes que nunca: esas avenidas gigantescas de cuatrocientos portales que suponen media hora de retraso segura, vaya o no acompañada de mi gps favorito, por confundirse al ir en una dirección o en otra, no ser capaz de recordar si los números de dos dígitos acabados en cero son pares o impares, encontrarse con que aparece una tabla sobre ciudades y kilómetros que no puedes interpretar en un psicotécnico y preferir no ir a la segunda entrevista a la que llegabas tarde por vergüenza y por habernos perdido y tener que cruzar la carretera de Colmenar con los alambres de pinchos a dos centímetros de la cara, en plan fugitivos del campo de concentración y que la chica encima se pusiera sarcástica y dijera que la entrevista era mañana a la misma hora, cuando no era así ni de coña...

Aunque a esa niñata estúpida de RR. HH. que se cree alguien porque su trabajo consiste en tener a su merced a pobres aspirantes a teleoperador a los que se pide un Master en Física Cuántica día sí y día también, un mes de estos tampoco le renovarán, el mes que llevamos en Madrid ha sido como lo descrito o peor, en cuánto a paseos, sobre todo para esta pobre mujer con serios problemas de orientación espacial.

Esta mañana quería salir a Raimundo F. Villaverde desde Nuevos Ministerios y lo he conseguido justo antes de ponerme a buscar un guardia...he llegado tarde, pero me han hecho un test de Cambridge y me ha salido Intermediate; he pensado en repetirlo porque ya me lo estaba tomando como si fuera mi WoW y quería subir a 70 para impresionar a las chicas de la ETT, aunque una me haya prohibido ir al baño de la empresa, me he tenido que ir a un bar. Había otra que no estaba de acuerdo con la nazi en cuestión, pero le he dicho que si era un problema, que me iba a tomar un café con leche y que iba al baño allí. Estas me quieren meter en un bufete de abogados catalanes, a ver si hubiera suerte y me pagan por romper España desde la capital del reino, para más inri.

He tenido otras experiencias surrealistas como un irresoluble test de Excel en el que había botones que desconocía, o unas niñas muy peripuestas a lo Tamara Falcó que me entrevistaron ayer para una hotelera muy prestigiosa -parecían diplomadas de Turismo de esas que ponen a dedo, me parecieron demasiado jóvenes para haber tenido tiempo de ser otra cosa que no fuera directoras de hotel- y deduzco que me han dicho que nooseano por no poder formar parte de "una cadena joven" y por no ser lo suficientemente cool y moderna para el hotel que iban a abrir, me temo, las delataban sus continuas sonrisas de compromiso, no podían concebir que una cutre despeinada con ojeras mal pintadas como yo se presentara allí pretendiendo ocupar un puesto, nada menos. Es un palo para cualquier recepcionista que no le contrate una cadena tan importante, pero creo que es muy posible que en algún sitio esté ese entrevistador al que no le importa lo tersa que tengas todavía la carita o lo bien que le caigas y lo fina que le parezcas, sino los idiomas que sabes y la experiencia que tengas.

Aunque él, que es de Ciencias, por cierto, ya tiene curro a la vista, yo tengo ofertas pendientes que se resolverían mañana, y de las que no hablaré para no gafarlas. La Fábula de la Lechera me persigue.

Sigo sin ser muy consciente de nada, sigo sorprendiéndome de que todo ponga "Madrid" y luego recuerdo que ahora vivo aquí, pero estoy muy contenta: esta mañana me he divertido mucho cruzando un montón de carriles a todo correr con otra gente antes de que se pusieran en rojo y parara el pitido, y no me ha faltado demasiado el aliento. Ni siquiera he empezado a echar de menos a nadie todavía.

*Lo creáis o no, el término existe. Lo estudié en Magisterio.


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