domingo, 6 de febrero de 2005

DESENCUENTRO



Pensé que dada la situación emocional y teniendo qué hacer, el módulo de recepción, los compañeros, las pequeñas cotidianeidades y porqué no, el leer y el escribir, el comunicarse con los habitantes del otro lado del espejo, conseguiría hacer que no me asaltara mi habitual depresión de febrero.

Pues me temo que no es así. Ayer escapé bochornosamente en taxi a las cinco de una noche cada vez más enrarecida: algunos disfraces me hicieron gracia, y el sorpresivo show erótico del nuevo pub al que fuimos fue interesante, pero volvió a suceder lo mismo que la semana pasada; otra vez volvieron a hablar de lo que hacían entre semana, volvieron a quedar para hoy, para ver los disfraces y ella sólo se interesó por mí para que le fuera a buscar las bebidas e hizo un minusculo intento de conversación, de hecho me pasé una pequeña parte de la noche hablando con una camarera sevillana muy maja que nos presentó un chico, y fue tan intrascendente como aliviadora: o esto va muy despacio o me estoy distanciando y ya estoy tan lejos que no sé volver, y el sentido de la oportunidad de un desgraciado sólo ha servido para empeorar las cosas.

De todas formas, todo tomó un cariz muy desagradable en el último bar, cuando de repente me vi rodeada de genuinos carrozas, pero de cuarenta a cincuenta años -di treinta y muchos consumidos por vicios indeterminados- y el imbécil que me tocó el culo aprovechando la confusión resultó ser amigo de ella...ya estoy harta de la manga de pesados que debemos soportar por su causa, lo estaba antes y más lo estoy ahora, hay tíos a los que nadie les hace caso por razones obvias, debidas a su comportamiento habitual e incorregible; pues bien, ella no pierde ocasión de hablar con ellos, y la damnificada resulto yo, que tengo que aguantar baboserías no deseadas, aparte de lo viejísima que me siento de repente, cuando veo que sólo llamo la atención de esta clase de desahuciados sociales.

Ayer no pude aguantar hasta las siete, me agobió la sensación de estar allí porque sí, forzada a divertirme en el más sórdido de los lugares, y no me lo pensé: me despedí de forma apresurada y me lancé al exterior dispuesta a dejarme atropellar si era preciso, con tal de volver a casa.

Quizá el camino que he tomado ya no permite que me divierta con esto, me hace sentir un hastío infinito, creo que una canción de la Oreja de Van Gogh -La Oreja...inenarrable, a dónde vamos a llegar...- hasta me hizo llorar insensatamente en algun momento, sólo porque no es allí dónde quiero estar, es que lo he pasado mejor haciendo los deberes esta tarde, esto es monstruoso.

Cada sábado me siento más ridícula, creo que debería dejar de salir, y buscar otros modos de socializar, si bien no tiene mucho sentido debido a mi firme propósito de salir de aquí, tarde o temprano: aún así creo que debería descartar la noche, puesto que en ella sólo encuentras máscaras insulsas y poco más, cuando no te metes en berenjenales diversos.






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