domingo, 9 de enero de 2005

CRÓNICA COMPARADA



Días antes del momento de la tan esperada e ingeniosa rima, me encontraba en el baño, arreglándome para acudir a una cita más con el médico, cita que sería providencialmente suspendida a posteriori -carencias vitamínicas combinadas con estrés, digamos que necesito una puesta a punto- , cuando recibí un presente que debía ser aún más inesperado; una genuina sorpresa que no pudo serlo del todo por la imposibilidad de alojar a mi acompañante habitual de misiones y peligros varios en hotel alguno de la “ciudad fidelísima” (a Carlos V y al Régimen, por lo que se va viendo) y a una nueva película de italianos debido a la oposición paterna a que se me viera subir las escaleras de una pensión con un hombre, que no sabes lo que puedes perder, que si eres una egoísta que nos dejas mal delante de todos…va siendo hora de entrar por sorpresa en cierto café y averiguar quiénes son los imbéciles que le calientan la cabeza a mi padre, a fin de dejarles claro que los tiempos en que se me hubiera rapado al cero en la plaza ya no volverán.

Para que luego venga gente a los comentarios pidiendo respeto para los carcamales estos…que yo sepa, no todas las opiniones son respetables, y menos cuando ni obedecen al sentido común ni tienen argumento que las respalde, más que el miedo y la desinformación voluntaria, poniendo en duda tu dignidad personal y comprometiendo tu voluntad y tu libertad sólo porque una serie de reprimidos se sienten amenazados al ver que las mujeres eligen y proceden, aún sin anillo de por medio.

Cabreos muy lógicos aparte, aún tuve arrestos para decidir que se trasladaba el centro de operaciones a la ciudad, pero a la de verdad, no a la aldea de los Pitufos –sobre todo moralmente hablando- , así que me dirigí a la agencia de viajes más próxima y lo dispuse todo en minutos, si bien me sentía violenta y triste por la discusión anterior, y dado que esta dura sensación iría abandonándome gradualmente, por lo que debo suponer que llegó más allá de lo esperado, creo que es el momento de decir que quizá se haya producido una ruptura: aquí los únicos niños egoístas que hay son ellos, no sólo no me ha pedido disculpas sino que al volver a casa insistió en que no razono bien y necesito un psicólogo. Cada día me cuesta más decirme que no es culpa suya, que hay otros factores, y me hieren y enojan todas sus infantiles tretas para retenerme.



¿Tendrá Hattori Hanzo sucursales en ultramar?


A diferencia de los luminosos preparativos de finales de noviembre, al disponerme a viajar a Madrid de nuevo, esta vez era como un remedo crispado de abril: durante la mañana del veintinueve tuve que decirme que aunque fuesen sólo cinco días, no podía estar triste, que era absurdo, y para mi gran alivio, me fue invadiendo la sensación de hallarme otra vez en ese tiempo en el que un día es como una semana, a medida que transcurrían las horas y acababa otra vez en el aeropuerto: allí tuve una curiosa conversación con un viejo amigo bohemio-hedonista reconvertido en maletero y estudiante de Relaciones Laborales a tiempo parcial, hablamos de aquellas fiestas incontroladas en el piso y de una posible opción para la Nochevieja, de la que él, curiosamente, no sabía nada de nada, siendo uno de los amigos más próximos del anfitrión. Amén de entretenerme, hizo que me decantara finalmente por la fiesta de mi hermano más friki, que ya había elegido en detrimento de viajar hasta el pueblo el treinta y uno para salir con mi amiga de siempre: no lo consideré prudente, pues no era nada seguro que apareciera algún autobús.

La verdad es que me resultan más estimulantes las ocasiones en las que tengo que presentarme en el aeropuerto para viajar a otra ciudad en avión: me gusta volar, esa fobia no va conmigo, a veces hasta pienso que me gustaría trabajar en un lugar que considero como la Puerta del Cielo. En la más reciente ocasión en la que volví a zamparme un bocadillo de serrano y un café en mi barra favorita, antes de los detectores de metal, me ocurrió algo digno de mención: un cuarentón escocés usó mi infantil maniobra de no dejar de tocarme las zapatillas nuevas -que me apretaban porque en un acceso de prisa loca me había puesto los cordones sin calzármelas antes- para iniciar una conversación con “New shoes?” y acabarla con “Would you like to sit next to me in the plane?”, proposición harto dudosa de la que pude defenderme por la bendita circunstancia de que los asientos están estrictamente numerados. Sobraba sitio, así que entre el señor que leía el “ABC” y miraba de reojo indignadísimo al pedazo roja con bufandita de colorines que leía “El País” -no por ello dejó de alcanzarle la mochila al aterrizar- había una butaca libre. Decidí que no miraría atrás para ver dónde se sentaba McHumbert, habrá quién piense que esta precaución era excesiva, pero cómo nunca se sabe, mejor no arriesgarse a pasar un mal rato sin necesidad.

Al bajar del aparato empezó una tragicómica odisea en la que mi querido Isabelo y yo pasamos un rato buscándonos, móvil arrriba, móvil abajo, habré de suponer que había algún tipo de agujero espacio-temporal entre la sala cinco y la la sala seis, aunque luego acabáramos por coincidir en algún punto de Barajas.
En Son Sant Joan sólo estaba yo dando vueltas, esperando un vuelo procedente de Granada: fue una eternidad de hora y media, de nada me sirvió retrasar lo más posible mi partida al aeropuerto, tras dejar las maletas y comer en el restaurante aquel tan gracioso del hombre que te insiste en que su mamá no tiene tal o cual plato preparado y pasear por el Corte Inglés durante siglos, con especial insistencia en la planta de juguetes: debo decir que me parece una canallada que los insurrectos de Playmobil saquen cosas como el barco vikingo o los gangsters setenteros en descapotable ahora y no hace veinte años, y que me conmovieron especialmente las Nancys, hasta fui medio sacándolas una a una de la caja con la esperanza de encontrar a Selene, con su pelo plateado y sus ojos a pilas. Por otro lado, me atemorizó una caja de My Scene en la que una especie de Ken pastillero agarraba del brazo a una Barbie que tampoco se quedaba atrás…los únicos peluches que había eran los Lunnis, que no me gustan nada, así que no me apeteció acercarme tímidamente y apretar con el dedo.



Él vino en un saurio/ de nombre extranjero...


En la capital de la isla acabamos en un tres estrellas que casi llegaba a cuatro, si bien la calefacción era algo cutre, tenían una recepción y un hall envidiables, el Internet era gratis -eso sí, con Windows 98-, aparte de ser un hotel tan bonito como acogedor, nuevamente ajardinado y situado en la zona del Paseo Marítimo, más cerca del centro que la última vez.
En nuestra estancia anterior en la capital de España no pudimos volver a visitar a nuestra Juany, pues habían subido los precios, y el dos estrellas en el que nos hospedamos no estaba mal, pero sí era peor que el hotel mallorquín, sobre todo por la ausencia de un asequible y práctico minibar y el secador, la obviedad hilarante de Telemadrid que resaltaría aún más la sutileza de Telemordor y las dichosas camas con ruedas con las que te podías montar unas carreras por el pasillo con los chavales del viaje de estudios, siempre que no tuvieras nada mejor que hacer.

Además había un chino y una croquetería cercanos que nos serían muy útiles: se confirma que ni todo un verano de terrible comida china en el trabajo -con aquel pollo hervido de mala manera que me hacía pensar en la inquietante ausencia de gatos por aquellos pantanosos parajes- puede acabar con mi afición al arroz tres delicias, por no hablar de mi obsesión con las croquetas. Tenían hasta de roquefort, y esas patatas con salsa brava...a veces sigo soñando con ellas, aquí no tenemos nada parecido. En cuánto al resto de establecimientos visitados solos o en compañía, las tabernas Lizarrán –para mi gran sorpresa, tenemos una en Palma- son caras, pero los montaditos esos están muy buenos e incluso puedes ver a algún que otro director de cine solitario zampándoselos, sin olvidarse de la sorpresiva presencia de actores televisivos en italianos.
Destacaría además un curioso “Salón” con nombre de pintor, un kebab en el que se pasaban con la música mora a tope, pero sobre todo el japonés al que fuimos a cenar con unos cuántos amigos: pedí una bandeja compartimentada con un surtido de delicias niponas que venía con una sopa y cómo no, un variado de sushi con el Capitán, si bien con el wasabi aparte, en vez de ser arteramente ocultado en su interior, cómo hace algún que otro cocinero con mentalidad de Takeshi Kitano. Lo malo fue que al no confiar en mi titubeante habilidad con los palillos, no dudé en pedir cubiertos y viendo como me las arreglé en Palma en un establecimiento similar, creo que no era necesario pasar por la típica torpona occidental, que por una ligera destreza dactilar tampoco vamos a echar las campanas al vuelo, pero bueno.

Al haberle tomado afición a la comida típica de los mangas, no paramos de buscar un japonés, en los cinco días que pasamos en la isla, no conformándonos con volver una noche al Mandarín a cenar, finalmente dimos con él de casualidad, al aventurarnos por el Paseo Marítimo, a ver si había algo decente: me parece que no era tan puramente nipón como cabría esperar -comí un entrecot hecho trocitos con patatas hechas hilitos y un par de salsas al lado, todo ello palillos mediante-, pero estaba muy bueno, era carísimo, y hasta había una foto de la Reina agradeciendo con afecto lo que había comido allí, si bien Mr. DRAE dijo que se había olvidado una coma en la dedicatoria...es una suerte que yo no sepa el email de Peñafiel para denunciar esta falta de españolidad y delicadeza, así tendrá algo más de que hablar aparte de lo inadecuada que le parece la probable reina.
El problema de este tipo de delicatessens es que te despiertas a las tres de la mañana, muerto de hambre, por sushi que te hayas tragado. Otros restaurantes a destacar fueron el vegetariano solidario en el que los camareros estaban pero que muy serios -me pregunto si tendría que ver con su sueldo- y una comida familiar en Sa Premsa, con mi hermano más friki, su novia, mis padres y nosotros, el Departamento Socialista de Fenómenos Paranormales.

Fue idea de mi madre, que me llamó al segundo día para ver qué nos parecía a mi hermano y a mí; al confiar en la presencia tranquilizadora de The Pepest y su consorte, resolví que podíamos ir, si bien no las tenía todas conmigo, y eso acabó por notarse, y por constituir la escasa base de nuevas discusiones al término de estas pequeñas vacaciones de Navidad, creo que las primeras de mi vida que pueden ser calificadas como tales: desde esa otra discusión intento no ser tan blanda como soy siempre, creo que se impone un alejamiento, pero no me está saliendo del todo bien. A veces me gustaría ser más fría y que las cosas no me afectaran tanto, y sobre todo, me resulta contradictorio defender a mi irracional y veleidoso progenitor de mi tía, que no deja de enviarnos regalitos y llamar, por mucha gracia que le haga a mi madre que sea implacable y monosilábica con ella, aunque sólo sea por teléfono. Se ha demostrado sobradamente lo mala persona qué es a lo largo de su existencia de villana de “Dinastía”, y no comprendo porqué le siguen haciendo caso o respetando sus opiniones y las de otros dinosaurios por el estilo, deberíamos humillarla públicamente en cualquier reunión familiar que se nos presente.

Cómo contraposición a esa agridulce comida, recuerdo especialmente la multitudinaria cena de frikis en el celebérrimo alemán de la Plaza de los Cubos, allá en la gran ciudad, con motivo de la Expocómic 2004 de este noviembre. Ya hacía días que pululábamos por Los Madriles, y la verdad, este año estuvo bien la feria, además de que a diferencia del año pasado, ya sabía con quién iba a dormir todos los días –mi parte Mulder se encargará de los chistes más obvios, por ponérselo difícil a los posibles comentaristas- y los tres o cuatro días de frikerío diverso sólo eran parte de otros diez maravillosos días en la urbe.
Hagamos un inciso para adjuntar una foto del evento, cortesía del rojo de siempre, en la que aparecen algunos miembros de Zonalibre que ya conocía y otros que me fueron presentados en esta reunión de el último reducto de intelectualidad que resiste entre los diversos grados de juventudes españolas, como la maja Srta. Portfolio:


De izquierda a derecha: Sark, El Hombrecillo Verde, Irene, la Xisca en la Luna y K-C. Detrás se vislumbra a Eme A.


Si bien no se logró que comprara algo, volví a observar con cierto pavor femenil que las modelos disfrazadas de personajes ignorados por esta analfabeta comiquera atraían la atención de todos y alguna que otra crítica, a pesar de lo artificioso y ortopédico de su belleza –reconocí a Lara Croft de la otra vez, medio vestida con una serie de trapitos rojos, porque yo sí recordaba su cara- , pero al final me apené algo de ellas, aunque coincido con la divertida opinión de que era una chica injusta, como dijo Anukahn, tiene que ser una mierda estar así de expuestas, en todos los sentidos. Otra de las cosas que dijo que me hicieron gracia fue que me planteara la cuestión de si debía dejar solo a mi rojo con PAM, para variar: lástima que mi ingenio sea lento, tampoco supe qué responder cuando el señor Sark dijo aquello tan bonito de “A lo mejor es Paul Newman”, al preguntarme yo por la identidad de un sujeto que me recordaba a uno de los miembros más involucionados de Dreamers, el lugar en el que empezó todo: tuve también el honor de conocer a su dueño, aunque la mención de Psy-Alge hacia mi bochornoso personaje en aquellos primeros tiempos hizo que no encontrara baldosas suficientes bajo las que ocultarme, pude balbucear algo así como que todo eso pertenecía al pasado. ^__^U

Además, departí algo, más bien poco, que las reuniones sociales siguen imponiéndome lo suyo, aún no pudiéndome sentir más ubicada en tan magnas ocasiones, con El hombre malo y Somófrates, que se sentaron enfrente de servidora e Isabelo en la no menos multitudinaria comida en el único chino en el que se acepta un número imposible de comensales en la misma mesa; al final incluso se dedicaron unas rudas ternezas y todo, eso sí, con finura y discreción, no como en el alemán, que esta vez fuimos nosotros las víctimas de un arrebato pasional y dejamos a media mesa boquiabierta mirando, Irene incluida, aparte de su Hombrecillo Verde, que osó decirnos que esperáramos a que trajeran las salchichas: rubores intensos aparte, una vez más, la maldición del plato interminable de turno impidió que diera buena cuenta de una de las lonchas de pastel de carne, - lo que sirvió para contribuir a una buena obra- así están los germanos de sanotes y rollizos, si son capaces de tragarse todo eso- anteriormente, en una cena el domingo en un bar regentado por argentinos, ya fui incapaz de finiquitar una milanesa.

Otra presencia importante fueron, cómo no, los Necromalagueños: Serandel, Su Santidad y consanguíneo, Quantum, Hissan, Kanalov y Beetle, que sólo estuvieron el par de días de rigor, aunque a los pobres se les estropeara el coche justo antes de partir y llegaran mucho más tarde de lo esperado. El Papa aprovechó para galantear a alguna otaku de buen ver, regalándole una de sus camisetas, no sé cómo podía ir en manga corta dado el frío reinante, misterios de la santidad, supongo...con ellos fuimos la única noche de marcha, a la que también se apuntó el Hombrecillo Verde y también al alemán, junto con la encantadora Ghanima, su amigo Carlos y EmeA, imprescindible dónde los haya: volveríamos a vernos las caras con estos tres y con el señor Sark, en un Burriking, finalmente acabamos en una franquicia, aunque en esta la comida es un poco menos de plástico que en el MacDonalds y nos fue compensado con la amena charla.
Al acompañar a los malagueños el día de su partida, el Papa, como buen eclesiástico, seguramente preocupado por lo pecaminoso de nuestra unión, tuvo la osadía de restregarnos un Pronovias por las chaquetas de pana, como quién no quiere la cosa: me jacto de no haber abierto esa revista jamás, mi mente la obvia como al escenario de un reciente accidente de tráfico.

Además, estuvieron también el abogado Charles M. Towsend -nos dijo que no nos había visto en toda la semana…podría explicarlo, pero eso haría esta crónica demasiado interesante- y Doña M., también otaku, aunque fundamentalmente en su stand, pobrecillos, Radagast más popero que nunca, una fugaz visión de Efe en persona, me fue presentado Don Iñaki, nada menos, vinieron el caballero Fossil con su dama Doña R., volví a ver a Yo_Verde, y comprobé que en efecto, los baños de mujeres en un Expocomic presentan una ocupación nula, aunque no sé, si se hubieran metido algunas a recomponerse el disfraz, podrían haber sido eones.




La Bruja de las Islas con sus Converse, que no son de rubí, pero cuestan igual que si lo fueran :P


Sobre el tan traído y llevado tema del cosplay, destacaría la tropa de Star Wars, el Thor al que confundí con Obélix, y por supuesto esas medias a rayas rojas, anaranjadas y amarillas que me empeñé en llevar, sin pensar en las consecuencias: referencias a monos voladores y brujas de diversos puntos cardinales, propuesta de gorro a juego por parte de Fossil y dama, una foto de pies por parte de Kanalov y el capital descubrimiento de lo que estaba haciendo la pobre mujer cuando le cayó la cabaña encima; sin duda andaría subiéndose las medias cada cuarto de hora…ya que ha surgido el tema, en una sola tarde en Gotham y Norma, en la capital balear, con The Pepest y su no menos friki novia, los cuatro huyendo de la indirecta invitación a café de mi madre, descubrimos que habían estado en el Salon del Manga 2004, vestidos de Arale y Sembei Norimaki: está claro que he sido una mala influencia, es decir, que lo hemos hecho bien y hasta este, el menor de los Rinconbaums, ya es demasiado viejo -24 la semana que viene- para ponerse a tunear coches. Misión cumplida.

Antes y después de la feria de las tinieblas, nos dignamos culturizarnos un poco: durante nuestras enigmáticas actividades entre semana, aparte de toparnos repetidamente con faranduleros hasta el extremo de sospechar haber sido objeto de una peculiar forma de mal de ojo, ir doscientas mil veces al Starbucks por cuenta nuestra o excusándonos en el ansia de cafeína de otros, y acudir al cibercafé alguna que otra vez, nos propusimos visitar el Museo del Prado.

Gracias a la exposición del retrato español, tuvimos la oportunidad de ver esos cuadros que sólo conocíamos por insuficientes imágenes en libros de texto o enciclopedias de pinacotecas; pasamos una mañana entera dando vueltas, admirando “El caballero de la mano en el pecho” de El Greco, las Majas y el retrato de la familia real de Goya, “Las Meninas” de Velázquez o sus borrachos, tan vivos ellos que parecen querer venirse de copas a este siglo y a cualquiera que les echen, artistas italianos y flamencos muy devotos, un autorretrato de Picasso que el Capitán miraría desde una sarcástica irreverencia, si es que lo abstracto te convence más que lo figurativo, que tampoco es mi caso. A veces es difícil saber cuando es una chorrada y cuando no, si bien Picasso tiene cuadros mejores, a mi modesto entender, que suele preferir a Magritte, su pintor moderno predilecto.

Ahora no sé si sería de Rubens, pero había un cuadro en una de las salas –la mayoría con un tablero del siglo XII o XIII en el centro, no sabía que les gustaran tanto los juegos de mesa a los antiguos- , cuyo tema era la leyenda de Orfeo y Eurídice, que era interpretado por una maestra para su clase: les decía a los chavales que Orfeo podía llevarse a Eurídice del Infierno con una condición, que no mirara atrás mientras ella le siguiera, ni siquiera para asegurarse de si efectivamente los reyes del Hades habían cumplido su promesa de liberarla; pero ay, en el último segundo, el joven se gira y la chica se desvanece. De este mito universal ella sacaba la enseñanza de que si no hay confianza, el amor no puede continuar. Me dejó petrificada la seño con esas profundidades, me pregunto si la estarían escuchando o no, si bien enseguida me puse a pensar en ello y me dije para mis adentros que lo veía más como que los reyes que se llevaban a la niña al Infierno podrían representar a unos padres controladores que querían evitar a toda costa que su hija fuera libre en la superficie…afortunadamente, el caballero Cocoa interrumpió el flujo de mis pensamientos antes de que me pusiera freudiana, jungiana, lynchiana y lo que hiciese falta, ya que las salas eran demasiadas para visitarlas en una sola jornada. Aún así, no pude reprimir la tentación de ver la obra de El Bosco, especialmente este cuadro, que era nuestro favorito, mío y de mis hermanos, cuando hojeábamos las láminas de la enciclopedia de museos familiar:


Encuentra las novecientas diferencias...


Al día siguiente llamaría a casa y el gamberro del Pakito me preguntaría si habíamos encontrado a Wally…aunque en ese momento no le funcionase el don de la ubicuidad al excursionista más guarro de la historia -¿alguien le ha visto sin el dichoso jersey a rayas?-, no pude evitar sorprenderme del tamaño y colorido de la obra, siempre la imaginé más oscura y medieval.

Enfrente del Congreso, la providencia hizo que no nos encontráramos ni un solo político –a lo lejos vimos al barbudo de “Tocando las bowlins” acechando a los ministros, apostado en la verja- , pero a cambio nos estremeció el hecho de que sus vecinos de enfrente fueran La Iglesia de la Cienciología, sita en un edificio de lo más lujoso, una secta reconocida como tal en otros países, y tiene su sede en tan privilegiado lugar, algo de lo que ningún medio parece haberse hecho eco, aparentemente. Espero que no venga Tom Cruise en persona a represaliarme, si bien pequé de conspiranoica al rogarle a Mulder el Rojo que no se le ocurriera hacer fotos, no estaba segura de que no saliesen unos hombres de negro del edificio y nos mandaran a unas vacaciones pagadas en el fondo del Manzanares…

No debemos obviar bajo ningún concepto la tarde gafapasta en la que fuimos a visionar “Coffee and cigarettes” de Jim Jarmusch, simpática rareza consciente dividida en divertidos cortos, sobre todo los protagonizados por el cómico Steve Coogan y Alfred Molina y la sorpresa de que The White Stripes se pongan a encender una bobina Tesla en un bar: ese no era el hermano de Meg White, era el mío…a continuación, no sé si fuimos a la FNAC a comprar libros; por fin en mi estantería, “El guardián entre el centeno” de Salinger, en la suya, un par de Irvings, “El hotel New Hampshire” y “El mundo según Garp”, sólo espero que no se le desencuadernen en cuánto empiece a leerlos. Digo que no estoy segura porque en otra ocasión, quizá después de ver “Crimen Ferpecto” de Alex de la Iglesia, completamente solos en la sala –pobre cine español- fuimos no al Yeyo`s, pero sí a mirar zapatillas deportivas una hora o dos. Muy de mi agrado lo histriónico del film, además de la gracia que me hace Guillermo Toledo desde su El Richard de “Siete vidas”, no me importa que no diese el tipo de galán irresistible con aspiraciones cutres, dudo que un hombre más ortodoxamente guapo pudiera ser tan gracioso.

Por último vimos “Los increíbles”, acompañados de Psy-Alge, Don Amatriain y Serandel, creo que dos días antes de volvernos cada uno a su provincia correspondiente, y me pareció extrañamente hermosa en su sencillez, llegué a emocionarme en exceso en algunos momentos, aunque no creo que se deba sólo al excelente entretenimiento que de hecho es, sino a causas exógenas, a la terrible melancolía que me invade al final de todas estas aventuras, terminen en un aeropuerto u otro.

No estuve aquí para felicitaros el año a todos, estaba en un piso de estudiantes, en una réplica casi exacta de las fiestas universitarias de hace no tantos años, ni siquiera diez, en el piso de mi hermano pequeño, hasta había un compañero de mi clase del módulo de recepción: la música y la conversación fueron estupendas, pues uno de sus habitantes es fan de Mike Patton, por mucho que cenáramos después de las doce debido al modo bohemio de hacer las cosas, con rima entremedias incluida, entusiásticamente coreada por todos los presentes, o lo que cantase mi extravagante y anacrónico atuendo de este año, un traje de terciopelo azul wildeano combinado con un top de lana rosa entreverado de purpurinas con floripondio y escote que no dejaba de inquietar al Capitán, a partes iguales con la ingestión incontrolada de Bailey’s por esta borrachuza impenitente, que él casi no bebió de su Jack Daniel’s: podríamos haber pasado por un par de hooligans galeses con mejor gusto en el vestir de lo esperable. Intentamos ir a un pub de falsos metaleros en Gomila, pero nos rendimos a las cuatro, no hay manera de encontrarle sentido a lo que no deja de ser un sábado más.

Del 2004, recuerdo sólo un momento , a cámara lenta, en la penumbra de mi portal, en la evanescente luz de agosto: soy yo, sonriendo temblorosa, cogiéndole de la mano y viendo a mis padres en el salón, un momento antes de presentarles al hombre que ha hecho de este año el mejor de mi existencia, casi el primero de auténtica vida.



*Mr. Increíble tratando de que Plomogirl no ceda a la fuerza de la gravedad

Y en el 2005, recordad: ¡¡NUNCA UNA CAPA!!


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