martes, 9 de noviembre de 2004

LAS PELLAS MÁS TRISTES



Hacía mucho tiempo que no escribía en un ordenador que no fuese el mío y desde otro lugar que no fuera mi casa, si bien después de lo ocurrido ayer, convendría que fuera haciéndome a la idea de que ya no debería ser mi casa, ni la de mi hermano, por añadidura. Pensé que para hoy, día de mi cita en la oficina de empleo, ya se me habría pasado, y que podría disfrutar de media mañana en el 1919, pero aunque ya no deba preocuparme por la falta de un papel que al final no he necesitado y lo rápidos que han sido los trámites, a pesar del desayuno en ese pequeño bar al que iba siempre cuando me escapaba del módulo de contabilidad, he sentido la imperiosa necesidad de escribirlo, aún pensando si no sería demasiado duro: me siento tan triste todavía que creo que también me quedaré a comer en el puerto, no quiero ver a nadie, y a mi padre, menos.

No me atrevo a asegurar mis planes para el año que viene, debido en parte a la superstición y a cierto complejo de Lechera de la fábula, pero sé perfectamente que se cumplirán en un plazo relativamente corto, y quizá ya contaba con que intentarían retenerme de alguna forma poco agradable, pero lo que se atrevió a insinuar mi padre ayer me parece una canallada, si bien imagino que no es del todo consciente del daño que me hace inventándose tamañas estupideces sólo porque está enfadado conmigo, porque ya no soy aquella niña temerosa que creyó durante tanto, demasiado tiempo, todas sus exageraciones sobre el mundo exterior y sus incontables peligros...me parece inadmisible que se atreviese a decir que les dejaba mal delante del resto del pueblo, o más bien de los cuatro carcas franquistas con dinero que papá cree que son sus amigos sólo porque le consienten que les largue sus incoherentes discursos en el café, al traer aquí a mi novio e irme con él a un hotel, a insinuar que les avergonzaba eso, que perjudicaba a mi madre en su trabajo -aquí mamá dijo que eso le parecía una tontería, que era un detalle sin importancia-, que no se atrevían a decirles nada pero que todo el mundo lo sabía...

No me extraña que mi hermano me encontrase llorando en la cocina y dijese que se me veía muy jodida, que no les escuchase, que seguía dando demasiada importancia a lo que decían ese par de descerebrados que tenemos por padres, estancados en una visión caduca del mundo: también me entristece que mi hermano fuese tan duro criticándoles, pero no le culpo, en realidad debería tomar ejemplo de su actitud inflexible para con las absurdas fabulaciones de mis padres en cuánto a las apariencias...resulta muy ofensivo que a estas alturas aún importe lo que piensen de nosotros la familia de mi madre o los imbéciles que presumen de cómo les han facilitado la vida a sus hijos en el café, mientras otros imbéciles como mi padre despotrican de lo raros que son sus hijos que no les gusta el pueblo ni sus reglas no escritas, ni piensan en lo que dirán cuatro frustrados víctimas de la represión y la envidia retrospectiva. Me dan ganas de esconderme en ese café un día de estos y en cuánto se les ocurra hacer la menor mención a mi afortunada persona aparecer de improviso y decirles lo que pienso de sus frigideces e impotencias.

Por si este feo asunto fuese poco, ayer ocurrió algo alarmante en clase, ya no sé si va a ser un módulo de técnico en alojamiento o terapia de grupo: el tutor nos habló de los diferentes tipos de jefes y una conversación sobre mobbing promovida por mí motivó el sorprendente testimonio de una de las alumnas con más experiencia en hostelería, que nos contó que en el hotel, un estudiante de turismo hijo de alguien al que ella tenía que enseñar se había atrevido a abofetearla delante del subdirector y nadie había hecho nada...luego bajó la cabeza y temí que se echara a llorar incluso, pero logró contenerse milagrosamente. Quedamos todos en un silencio compungido, tan sólo una compañera acertó a decirle que algo así no tendría que pasar nunca.

Y yo me pregunto, en esta puta isla qué coño se han creído. Ya estoy más que harta de toda esta resignación, de tanto aguantar lo inaguantable, del gobierno de la estética sobre la ética: vamos a rebelarnos y sobre todo, que quede mal.

A lo mejor ya no se puede arreglar, no esta vez. Se han pasado mucho y es posible que ese sea el motivo por el cuál me ha afectado especialmente, porque ya no les paso ni una más, sencillamente ya no puedo excusar este tipo de ruindades.

Prefiero ser lo que vosotros creéis una puta a ser lo que creéis una chica decente, y si va a ser más bien lejos, si ya no tengo que escuchar más tonterías, tanto mejor. Os etiquetáis entre vosotros, si tanto os place, seguid, seguid obedeciendo normas impuestas por la gente que tanto nos ha despreciado por ser pobres, por ser nosotros. Yo me voy.

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