jueves, 12 de mayo de 2005

REPARTIENDO GALLETAS




Pequeñas, silenciosas. Están en todas las mesas de Mallorca pero sobre ellas ni los recetarios ni la literatura gastronómica se expresan.

Más en este espléndido artículo

Quizá estas pequeñas y silenciosas galletas, dos características también aplicables al típico mallorquín, son lo único que jamás podremos despreciar, por mucho que intentemos olvidar lo que también somos. Leed este bello homenaje a la merienda favorita de los isleños, sobre todo si sois de allí, aunque os advierto que es muy emotivo.

Desde aquí, quiero felicitar a la versión autóctona de la fábrica de Willy Wonka, por ser tan valientes y señalar así a quiénes nos están destruyendo culturalmente, mediante una graciosa campaña de anuncios a la que en esta web daré un uso peculiar; aclaro que esto es una iniciativa particular mía y no tiene nada que ver con la empresa, ni pretende ser lesivo para con sus intereses. Solo espero que lo consideren como una humilde contribución a la difusión de sus productos, dándole un uso más crítico de lo habitual.

Cuando era pequeña y solía comer quelitas en el recreo, había un ejercicio en clase de catalán que siempre me llamó la atención: consistía en relatar una historia en pareados, mediante dibujos, en una especie de pseudocomic; lo llamaban "Auca". Hoy haré algo similar usando los sugerentes cromos de tan estimulante campaña, protagonizados por la personificación de una galleta forta, el heroico ex-recepcionista Tomeu Q en mi versión de los hechos...


EL RECEPCIONISTA QUE SE COMIÓ FORMENTOR





Como todas las mañanas, la ensaimada se le atragantó a Tomeu al tener que atender al enésimo germano que decidía levantarse a las 7:50 en vacaciones, sólo para comprar el "Bild"antes que nadie y enfadarse a continuación porque aún no había llegado, pasando a criticar a todos los mallorquines, que si no fuera por ellos se morirían de hambre y tratándoles como si fuesen una raza inferior creada en los años 40 por el Dr. Mengele para servirles; ese día dijo basta y le despidieron por llamarlo arschloch* , ya se sabe que el turista siempre tiene razón, así vomite sobre el mostrador.



Pasaron los meses y al haberse corrido la voz de su osadía, Tomeu no era contratado en ningún hotel, ni siquiera en el hostal más mísero; su dinero se terminó y perdió su casa, por lo que tuvo que irse a vivir a los escasos pinares, donde era avistado con frecuencia y perseguido por agentes inmobiliarios que querían ponerle cemento en los pies y tirarlo en alta mar, ya que les espantaba los clientes con su desastrado aspecto.
Tras ser acechado por unos hoteleros que pretendían emparedarlo en Bellver como falsa curiosidad arqueológica para atraer turismo de calidad, ya que solo servía para dar mala imagen de la isla, decidió convertirse en Tomeu Q, el mítico ex-recepcionista, defensor de los atribulados trabajadores.





Pronto trascendieron sus hazañas en toda la isla, luchando contra el nepotismo, el mobbing y las horas extras impagadas, descubriendo a los trepas y enviándolos a Cabrera para que compitieran entre ellos, sacando a la luz los sucios negocios de los hoteleros y los especuladores del suelo, solucionando el intrusismo profesional que venían padeciendo las mafias genuinas: finalmente, consiguió unir a los trabajadores en el primer sindicato realmente efectivo de la historia, y todos juntos celebraron una reunión clandestina en la que se decidió castigar la infinita soberbia de los explotadores mediante la inclusión de un nuevo producto -desarrollado por los corsos, temerosos de verse en igual tesitura que los mallorquines cualquier día- en el menú de los restaurantes que solían frecuentar.



Este producto reconocía a quiénes tenían ilimitadas ansias de edificar en suelo rústico, y les convertía en cerdos; otro tanto ocurría con los extranjeros de bajo coeficiente intelectual con más alcohol que sangre y tatuajes hasta en el hígado o así mismo con los que pretendían secretamente que la isla fuese una extensión de su barrio allá en Berlín o Manchester y que sus habitantes legítimos desapareciesen o trabajasen gratis a cambio de comida y cobijo en la caseta del doberman.
Pronto la isla se convirtió en la principal productora y exportadora mundial de sobrasada y otros embutidos, y los pocos turistas que aún se atrevían a poner el pie en la isla trataban a los indígenas con un raro respeto.



Tras ser elegido presidente, Tomeu pudo por fin declararse pareja de a lo hecho, pecho con la granadina que había conocido en los foros de cine y literatura que frecuentaba antaño, cuando eran su único refugio frente a una isla cada vez más alejada del Mediterráneo y más cerca del IV Reich o una prolongación de Blackpool.

*Gilipollas, capullo, más o menos.



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