sábado, 22 de mayo de 2004

INFIERNO DE COBARDES



Siempre he sido una gallinácea integral: no sé enfrentarme a nada ni nadie o imponerme claramente, por lo que suelo acudir a subterfugios y rodeos para esquivar el problema o la persona y eso acaba por obsesionarme e irritar al contrario a partes iguales y ni siquiera soluciona el conflicto momentáneamente como ocurre cuando se usa la violencia. Por no hablar de cuando me convenzo a mí misma de que no importa ceder parte de tus derechos con tal de no pelearse con nadie, pero es que a veces no queda más remedio, y en esas ocasiones encima pongo pies en polvorosa...mi capacidad de respuesta está tan bien escondida que demasiadas veces no la encuentro cuando la necesito.

Entonces voy acumulando puntos, hasta que un día me sale el premio gordo y acabo por tener algún tipo de reacción desmesurada, como aquel año en el que un compañero no paraba de decirme groserías, y yo en vez de contestar me iba callando, callando, hasta que un día acabé por llamarle de todo y tirarle media recepción por la cabeza...hubiera sido mucho más inteligente y efectivo haber respondido con mala leche y estilo a todas sus zafiedades, pero aparte de lo pánfila que soy de siempre, necesito veinte minutos, un ordenador y documentación diversa para llegar a construir algo parecido a una pulla común, que la mayoría de las veces me queda más cómica y naïf de lo necesario.

Es por eso que me sorprende tanto lo que está ocurriendo, aunque ya lo venía notando de antes...creo que finalmente está despertando. Que ya no se queda callada con tanta facilidad, que responde osadamente incluso.

Por ejemplo, en el flagrante acoso moral al que estoy siendo sometida: cuando la negrera que tenemos por directora ha venido con un cuestionario escrito en rosa fluorescente por esa clase de chusma frustrada y alcohólica que paga miserias por ser lords durante dos semanas, a decirme que sí yo y mi compañera no sonreímos, que somos muy serias y que eso hace mal efecto, que los problemas hay que dejarlos en casa -como si hiciera falta traerse alguno...si contigo basta y sobra, rica- y que era mucho más importante ser simpática y amable que saber inglés, que casualmente es una de mis mejores bazas en esto de la recepción. Me he hartado y he dicho que todo eso eran tonterías, que no había que ser un falso y resultar antinatural, que había que ser amable sin pasarse.

Ella ha dicho que era ella quién decía como había que ser con los clientes...y luego cuando ha vuelto, ha resultado que la semana siguiente me había asignado la tarde cada día, siguiendo mi sugerencia, según propia confesión, dicho sarcásticamente por la interfecta. También ha dicho que debía reconocer que yo era muy seria, y que no era simpática...me he callado que en un clima de tensión, desconfianza y mobbing no se podía hacer mucho a ese respecto.

La única alegría que me han dado ha sido lo de que a partir de la próxima semana baja la ocupación y tengo dos días libres, aunque salteados y entre semana, uno es nada menos que el viernes. Confiemos en llegar hasta allí sin que vuelen las grapadoras...ahora me podré leer mis tres libros restantes tranquilamente:

"Las tres Españas del 36" de Paul Preston, "El orden alfabético" de Juan José Millás y una relectura, "Símbolo y Señal" de Super Graham Hancock, el último aventurero auténtico.

(En la biblioteca también se hallaban "El manifiesto comunista" de Marx y Engels, "Rojas, mujeres republicanas en España" de alguna ilustre miembro de las Brigadas Internacionales cuyo nombre no recuerdo en este momento, e "Historia del movimiento obrero". Todos ellos quedan pendientes para mejor ocasión.)

Pero sigo a la defensiva y preparada para lo peor, ya es demasiado tarde: he entrado en una dinámica bélica y esto va a continuar, para bien o para mal. De momento, voy a resistir, deseadme suerte.

*Añadido 12 de febrero de 2015. Nunca leí Las Tres Españas de Preston, lo devolví sin leer.

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